La crónica que nos envió el pasado domingo “Pico y Espuela” pone, con su honradez acostumbrada, el dedo en la llaga de alguno de los males que hoy afectan al mundo gallístico canario. ¿Hasta dónde puede llegar el tolerantismo con la degradación de las costumbres y tradiciones que nuestros antepasados crearon y que tantas generaciones supieron conservar intactas?
Ya hemos hablado en varias ocasiones de algunos de esos males. La última novedad, en la isla de Tenerife, la tenemos en la contrata entre La Espuela y el Norte, histórica donde las haya. Allí, como es sabido, todas las peleas se celebran en un ínfimo espacio habilitado en su gallera por La Espuela, sin que se haga el mínimo esfuerzo por buscar alternativas; fue ese espacio el que le puso en bandeja a un periodista local el ataque de hace dos temporadas a las peleas. Y allí el público, al paso que va, acabará como el de Gran Canaria. No sabemos por qué no se usan aún las abominables espuelas plásticas, pero eso ya no tarda mucho. Ya no hay capotes ni mantillas ni rabonas, porque a los de antes nunca se les ocurrió que era mejor pelear 8 que 7 gallos (y recordemos que llegaron a pelearse... 9). Para esto no hay prisas, pero sí, y esa es la novedad de que hablábamos, para traer los gallos ya pesados. Ya los gallos no se pesan en la valla... ¡Qué vergüenza! (Una sugerencia, puestos a liquidar lo que había: poner los pesos en kilos y gramos, y no en esa anticuada jerga de libras y onzas, que nadie entiende.)
La Espuela y el Norte que agradezcan a la persona que les está cubriendo informativamente las peleas, ya que, si fuera por nosotros, ni los resultados dábamos. Ni los de Güímar, afición por la que tanta simpatía sentimos, pero que ya se pasó a las abominables, destruyendo una de las más bellas artesanías de las islas. Aparte no dar trabajo, son más económicas, sin duda, pero las razones que se nos den para usar espuelas industriales no nos interesan. Ya sabemos que hay razones para todo (hasta Hitler expuso las suyas en un libro de grandes ventas). Para nosotros, simples espectadores de las peleas, lo único que importan son los hechos, no las razones. Unas peleas con espuelas plásticas, en Canarias, son una estafa, una adulteración. Que en América hayan venido a sustituir a las de carey por razones ecológicas, bien, pero ese, aquí, no es el caso; al contrario, hasta son una modesta contribución de la afición gallística canaria a la enorme basura engendrada por el plástico y sus derivados en todo el planeta. ¡Lo bonito que era recrearse en una espuela de gallo hecha por Pancho, o por Pablo Amador, o por Domingo “el Boyero”, o por Antoñito Martín, o por Adolfo “el Pichón”, o por Álvaro Tapia! Cuando el inolvidable “Boyero” acababa la temporada en el Norte y se volvía a Las Palmas, se llevaba con él un saco de espuelas para trabajarlas allí. Eso sí que era un profesional.
¡Si los grandes aficionados que tuvieron el Norte y La Espuela levantaran la cabeza! ¡El Norte peleando como anfitrión en la gallera rival! Hace unos días, le daban el pasaporte a su cuidador, como si abrir la gallera con un mes de retraso no obligara a la benevolencia. No solo eso, sino que lo sustituye el mismo cuidador que estaba el año pasado y con el que por tanto, esta temporada, no quisieron seguir. Así de inconsecuentes son las decisiones de estas directivas de hoy. Y aún nos preguntan algunos que por qué no escribimos en la prensa, como durante muchos años lo hicimos. Nada hay hoy en Tenerife que justifique una cobertura periodística gallística.
Mientras, poco a poco, en todas las galleras, van introduciéndose los hábitos de la Península y de América. Por ejemplo, esas cárceles que permiten limpiar más cómodamente la mierda, donde el gallo se entristece y donde el aficionado ni lo ve. O esas cintas para que corran los gallos y así trabajar menos el gallero, y cuyo resultado es mecanizar al gallo, ya no viéndose casi nunca el típico gallo jugador canario que era el alborozo de los aficionados, sino máquinas derechas como velas. Pero es que, dicen los inteligentes, en Canarias estamos muy “atrasados”.
Ya hace tiempo que este blog está en la cuerda floja. Se mantiene gracias a las peleas entre Tazacorte y Los Llanos, que conservan aún su raigambre tradicional –pese a haber sido allí donde se inició lo de las ocho riñas–, y además con grandes gallos, buenos cuidadores y muchos, muchos aficionados sabios con los que es un placer hablar. Que se den un viaje allá los aficionados escandalosos de Gran Canaria y Tenerife) para que vean lo que es saber de gallos y lo que es asistir en silencio respetuoso al desarrollo de una pelea de gallos. ¿Pero hasta cuándo durará esa seriedad y ese respeto por las tradiciones en la contrata más antigua de Canarias?
Sumados otros males –galleras particulares, granjeros en vez de casteadores y consecuente predominio abrumador de los gallos de gallinero sobre los criados en los campos, campeonatos de casteadores con más tablas que una carpintería y con gallos sobre la valla que antes ningún casteador que se preciara hubiera tenido el impudor de pelear, cada vez más galleras y cada vez menos cuidadores dignos de ese nombre, peleas que se prolongan cruelmente (esto un viejo mal, sin duda), uso y abuso de drogas, un “campeonato regional” cochambroso, una Federación que propicia muchos de estos males y que para algunos sería mejor que no existiera–, hemos de decir que, si algún día se prohíben los gallos, siempre amenazados, al menos nos restará el consuelo de que no es mucho lo que se pierde.
Ya hemos hablado en varias ocasiones de algunos de esos males. La última novedad, en la isla de Tenerife, la tenemos en la contrata entre La Espuela y el Norte, histórica donde las haya. Allí, como es sabido, todas las peleas se celebran en un ínfimo espacio habilitado en su gallera por La Espuela, sin que se haga el mínimo esfuerzo por buscar alternativas; fue ese espacio el que le puso en bandeja a un periodista local el ataque de hace dos temporadas a las peleas. Y allí el público, al paso que va, acabará como el de Gran Canaria. No sabemos por qué no se usan aún las abominables espuelas plásticas, pero eso ya no tarda mucho. Ya no hay capotes ni mantillas ni rabonas, porque a los de antes nunca se les ocurrió que era mejor pelear 8 que 7 gallos (y recordemos que llegaron a pelearse... 9). Para esto no hay prisas, pero sí, y esa es la novedad de que hablábamos, para traer los gallos ya pesados. Ya los gallos no se pesan en la valla... ¡Qué vergüenza! (Una sugerencia, puestos a liquidar lo que había: poner los pesos en kilos y gramos, y no en esa anticuada jerga de libras y onzas, que nadie entiende.)
La Espuela y el Norte que agradezcan a la persona que les está cubriendo informativamente las peleas, ya que, si fuera por nosotros, ni los resultados dábamos. Ni los de Güímar, afición por la que tanta simpatía sentimos, pero que ya se pasó a las abominables, destruyendo una de las más bellas artesanías de las islas. Aparte no dar trabajo, son más económicas, sin duda, pero las razones que se nos den para usar espuelas industriales no nos interesan. Ya sabemos que hay razones para todo (hasta Hitler expuso las suyas en un libro de grandes ventas). Para nosotros, simples espectadores de las peleas, lo único que importan son los hechos, no las razones. Unas peleas con espuelas plásticas, en Canarias, son una estafa, una adulteración. Que en América hayan venido a sustituir a las de carey por razones ecológicas, bien, pero ese, aquí, no es el caso; al contrario, hasta son una modesta contribución de la afición gallística canaria a la enorme basura engendrada por el plástico y sus derivados en todo el planeta. ¡Lo bonito que era recrearse en una espuela de gallo hecha por Pancho, o por Pablo Amador, o por Domingo “el Boyero”, o por Antoñito Martín, o por Adolfo “el Pichón”, o por Álvaro Tapia! Cuando el inolvidable “Boyero” acababa la temporada en el Norte y se volvía a Las Palmas, se llevaba con él un saco de espuelas para trabajarlas allí. Eso sí que era un profesional.
¡Si los grandes aficionados que tuvieron el Norte y La Espuela levantaran la cabeza! ¡El Norte peleando como anfitrión en la gallera rival! Hace unos días, le daban el pasaporte a su cuidador, como si abrir la gallera con un mes de retraso no obligara a la benevolencia. No solo eso, sino que lo sustituye el mismo cuidador que estaba el año pasado y con el que por tanto, esta temporada, no quisieron seguir. Así de inconsecuentes son las decisiones de estas directivas de hoy. Y aún nos preguntan algunos que por qué no escribimos en la prensa, como durante muchos años lo hicimos. Nada hay hoy en Tenerife que justifique una cobertura periodística gallística.
Mientras, poco a poco, en todas las galleras, van introduciéndose los hábitos de la Península y de América. Por ejemplo, esas cárceles que permiten limpiar más cómodamente la mierda, donde el gallo se entristece y donde el aficionado ni lo ve. O esas cintas para que corran los gallos y así trabajar menos el gallero, y cuyo resultado es mecanizar al gallo, ya no viéndose casi nunca el típico gallo jugador canario que era el alborozo de los aficionados, sino máquinas derechas como velas. Pero es que, dicen los inteligentes, en Canarias estamos muy “atrasados”.
Ya hace tiempo que este blog está en la cuerda floja. Se mantiene gracias a las peleas entre Tazacorte y Los Llanos, que conservan aún su raigambre tradicional –pese a haber sido allí donde se inició lo de las ocho riñas–, y además con grandes gallos, buenos cuidadores y muchos, muchos aficionados sabios con los que es un placer hablar. Que se den un viaje allá los aficionados escandalosos de Gran Canaria y Tenerife) para que vean lo que es saber de gallos y lo que es asistir en silencio respetuoso al desarrollo de una pelea de gallos. ¿Pero hasta cuándo durará esa seriedad y ese respeto por las tradiciones en la contrata más antigua de Canarias?
Sumados otros males –galleras particulares, granjeros en vez de casteadores y consecuente predominio abrumador de los gallos de gallinero sobre los criados en los campos, campeonatos de casteadores con más tablas que una carpintería y con gallos sobre la valla que antes ningún casteador que se preciara hubiera tenido el impudor de pelear, cada vez más galleras y cada vez menos cuidadores dignos de ese nombre, peleas que se prolongan cruelmente (esto un viejo mal, sin duda), uso y abuso de drogas, un “campeonato regional” cochambroso, una Federación que propicia muchos de estos males y que para algunos sería mejor que no existiera–, hemos de decir que, si algún día se prohíben los gallos, siempre amenazados, al menos nos restará el consuelo de que no es mucho lo que se pierde.