Tras una vida muy bien disfrutada, y poco dispuesto a soportar las miserias de la decrepitud, Antonio González, a quien todos conocíamos por Antonio “el Crusantero”, se nos “marchó” el pasado jueves, cuando contaba 83 años.
Yo, que lo traté bastante, puedo atestiguar su carácter entero y su hombría de bien. Amigo de sus amigos, persona de palabra, hospitalario, inteligente en sus apreciaciones, con él, gallísticamente hablando, se nos va uno de los últimos supervivientes de aquellas gloriosas temporadas que la isla de Tenerife vivió con Domingo “el Boyero” en la gallera del Norte y Pancho “el Músico” en la de La Espuela, sobre todo las de 1951 e inmediatos años, que fueron las mejores. Peleó entonces uno de los gallos míticos del Valle de La Orotava, el llamado “giro negro de los Hermanos Crusanteros”, y sus grandes peleas podía Antonio relatarlas tal y como si las estuviera viendo.
Porque él perteneció a una de las grandes familias de aficionados de la isla de Tenerife, que componían José, Domingo, Guillermo, Pedro, Manolo y Antonio. Los que tenían más afición eran Domingo y Pedro el primero padre de los libreros Lemus y el segundo propietario de una aún hoy muy afamada casa de comidas de la Cuesta de la Villa, donde acostumbraban reunirse los aficionados. Manuel (“el Remache”), al volver de Venezuela, se convirtió en un pilar del partido Norte, y yo lo recuerdo muy bien, no solo en las peleas del Parque San Francisco, en el Puerto de la Cruz, sino en su restaurante subiendo para el Estadio de los Cuartos, en La Orotava, donde se podía disfrutar la rica gastronomía venezolana y hablar de gallos.
Antonio nunca faltaba a una jornada entre el Norte y La Espuela, pero su afición principal eran las palomas, y en ella destacó tanto como para ser, durante algunos años, uno de los mejores colombófilos de la isla. Desaparecido su hermano Manuel, decidió ponerse a castear, y con buenos resultados. Entonces comenzó a ir a todas las peleas, tanto las del Norte y La Espuela como las de Garachico y Güímar. Y muchas veces iba yo con él, del mismo modo que a un campeonato regional, celebrado en La Palma, fuimos juntos, con un amigo que manejaba, pasando en la Isla Bonita un par de días inolvidables.
Antonio “el Crusantero” era un hombre de partido cerrado. Miraba con desconfianza a los tránsfugas, y no digamos a los que de La Espuela se pasaban al Norte. Dejó de ir a las peleas cuando el Norte, hace unas pocas temporadas, se puso a celebrar sus peleas... en la gallera de La Espuela, lo que para él era una dimisión inaceptable. También recuerdo la vez que, en unas peleas en el garaje de Santa Úrsula, me dijo: “A este paso, a los gallos no irán sino los casteadores”, señalando una decadencia que no ha sido frenada por quienes han dirigido los partidos. De “vergüenza” me calificaba, la última vez que lo vi, el haberse puesto a pelear con espuelas de plástico.
En otra ocasión, cuidando Fisio en Garachico y Jorgito en Güímar, me aclaró: “Estos no son cuidadores, podrán llegar a serlo, pero no son cuidadores sino solo buenos aficionados”. Quien había visto la cuida del “Boyero”, del “Músico” o de “Pola Vieja” sabía de lo que hablaba. Y es que entre aquella cuida y la que ha venido después, toda semejanza es pura coincidencia. Sobre el “Boyero” pensaba yo este verano hacerle una entrevista, para complementar otra que se va a hacer en Arucas con alguien que también lo conoció muy bien. Pero el Tiempo nos hace estas jugarretas.
Aún cuidándose en sus últimos años, Antonio “el Crusantero” no renunciaba a la salida de guachinches con su grupo de amigos, todos los viernes. Ni creo que la vida tuviera ya sentido para él sin esos momentos de la perra de vino con los amigos. Mis mejores recuerdos que tengo de él son en Casa Genaro, en Santa Úrsula, porque allí tenía yo la ocasión de asistir a verdaderos combates de gallos finos entre él y Genaro, un personaje tan grande como Antonio. Allí nunca faltaban las bromas y reinaba un humor acendradamente canario, o sea la socarronería más hilarante. Y con ellos dos, la verdad es que yo no podía quedarme detrás. ¡Qué bellos momentos, en un rincón por donde pasaban además todos los buenos aficionados a los gallos!
Antonio “el Crusantero” deja por toda la isla un reguero de amistades, porque toda la isla se la conocía muy bien y en todos los lugares era bien recibido. Sentimos mucho su desaparición, y también por su hijo, Machín, y sobre todo por su mujer, Fidela, que tan cálidamente me acogía siempre en su casa de la Candelaria del Lomo.
Con estas fotos traemos a Antonio “el Crusantero” tal y como era. En la del cuarteto, aparece, muy sonriente, junto a Felipe Reyes, Genaro y Manolo Sánchez. En otra está conmigo, mientras que la del gallo se la hice para el diccionario.
Y siempre será la expresión franca de Antonio “el Crusantero” lo que yo no olvidaré.