jueves, 10 de febrero de 2011

Gallos entre el cielo y la tierra

Reproducimos un muy bello escrito del ya desaparecido poeta venezolano Aly Pérez. Incluido en el Calendario Lunar del año 2011, sin duda gustará a nuestros lectores.

Asomado a la áspera intemperie de la noche viajo en el remoto eco de los gallos. Su cadena coral va remontando el país de la infancia en la redondez del valle, que hasta hace poco era paisaje rural, marcado por plumajes de talisayos, canagüeyes, zambos, giros, cubanos y españoles. Pintos, blancos, como el amanecer, negros de azabache purísimo sembrando claridades en el corazón de la noche infinita. Sus cantos cruzan la voz de los vientos, los combatientes permanecen silentes en sus jaulas, inmutables como gallos de ónix; saben que en su silencio vive la muerte, el grito del triunfo y la derrota entre el palpitar de sus vísceras.
Hasta hace poco tiempo, nuestras provincias eran continuas sonatas de gallos, alados Señores que, a través de los siglos, han sido mensajeros de la aldea global.
Gallos que vienen a ser espejo o una imagen del universo, habitan el planeta desde el fondo de los tiempos; sólo ellos conocen el lenguaje telúricos de la tierra. Vigilan el suelo de los justos y de los traidores, martillean como jueces implacables la conciencia de los hombres que han sido desleales a la buena voluntad de otros hombres.
Representan el paisaje de pueblos y campos, y como aves de riñas han creado un lenguaje gallístico, cuyo código de honor es la ética de la palabra empeñada. Las casas viejas olorosas a bahareque y paredes empañetadas de cal con sombríos, son sinónimos de gallos de una conciencia de pertenencia.
El desordenado crecimiento de nuestras ciudades pervierte el paisaje, alejándolo cada vez más de su espacio. Los cantos de estos vigilantes exploran nuestras vidas y entorno; el gallo es símbolo rural, cargado de sortilegios y bienaventuranzas. Al anunciar el alba lo buscamos entre edificios, sirenas de ambulancias y disparos que perforan restos de la noche por el día que antes les perteneció. Sus cantos viajan sonámbulos, porque cada gallo en este planeta es una aldea de montes y caminos, girando en la mecánica de los astros. Sus cantos se disipan con la nube que declina, con la casa que se derrumba. Las paredes se cierran más, se hacen opresivas, nos confinan a la incertidumbre; no escuchamos sus gritos en la madrugada espantando demonios, su clarín de arcángel no está en la copa de los árboles, ni en el muro de ladrillos despedazado.
La noche y la brisa cortan con finísimas espuelas cada cuadra, llamas y sombrajos huelen a aguardiente, a menjurjes y maíz sin corazón. Un gallo vino tinto, cola aceitunada, ojos color mandarina, pico de sable soleado con un canto de ánima sola, trae el recuerdo de mi abuelo Carmelo Aponte, gallero de oficio, campesino creador de fábulas, quien me decía a mis siete años, mostrándome el verano y los incendios devorando el valle con inmensas lenguas de fuego que tocaban el primer portal del cielo en la noche: “Ha muerto un gallero, lo dice el crepitar de la candela purificando su alma, que ahora se eleva como un sol negro por el resplandor de los montes quemados, donde cantan los gallos de Dios”.
El gallo es la encarnación del dios Apolo, deidad solar que representa las artes, la medicina y la poesía. Representa a Helios, que es el dios del fuego sagrado, es el principio masculino, imagen del dios Marte, quien representa la guerra y el principio de agresividad. Está relacionado en la mitología grecolatina con el inframundo y la diosa Proserpina, diosa de los infiernos, donde los gallos negros delimitaban con sus presencias la región de las sombras y las tinieblas.
Apenas unos granos de maíz, migajas de pan, o restos de alimentos dejados por el hombre, le bastan para vivir y compartirlos humildemente con sus gallinas. Millares de gallos durante el día y la noche componen la torre de este guerrero que vigila con su presencia y soberbia el mundo de la luz y las regiones de las sombras en este globo terráqueo. Seguimos viajando en sus cantos; por lejuras de horizontes añoramos encontrar a la mítica Ítaca, ciudad propicia para el retorno y el descanso. Cada gallo es Homero, el viejo cronista y rapsoda; en ellos vive Ulises el aventurero, gallo griego combatiente de monstruos, dioses, brujas, bestias, que lo esperan al otro lado de cada isla, para la lidia en las arenas.