Manuel Urbano, desde Venezuela, nos ha brindado una pequeña publicación que es una preciosa joya para los aficionados: “La verdadera historia del Negro Antonio”.
A lo largo de 26 páginas bien ilustradas y con calidad de impresión, se nos narran la vida y milagros de un gran gallo que hizo época en los años 60 venezolanos.
Manuel Urbano se empeña así en el “rescate de la memoria gallística del país”, labor necesaria que ya yo, en la década pasada, llevé a cabo con respecto a Canarias, siendo para mí, y creo que para los gallistas canarios en general, motivo de orgullo el que Manuel Urbano inicie su lista de gallos famosos con el Mulato, incluso reproduciendo la portada del viejo folleto de 1915 que yo reedité en 2005. Tras él aparece el Fantasma, gallito nacido en la República Dominicana, pero que pasó a Puerto Rico, ganando más de 20 peleas y muriendo de viejo en 1948. Aquí lo vemos, con la cola como un abanico, y recordemos que en La Palma hubo un célebre gallo de Gabriel el Pollanco, cuyo rabo era como un abanico; la gente iba a las peleas solo por verlo, y el Pollanco compró la partitura del pasodoble el Abanico para regalársela a la banda de música de Tazacorte, que pasó a incluir ese tema en su repertorio, con gran regocijo de los aficionados:
A la derecha tenemos ahora a varias estrellas de las vallas venezolanas. El Farallón era un blanco de don Luis Márquez (figura capital de la afición venezolana) que ganó nada menos que 19 riñas consecutivas. El Rompelínea, colorado, venía de España con tres peleas de órdago, pero en Venezuela fracasó. El Caimacán ganó ocho combates con espuela natural y tres con espuelas postizas. Aquí lo vemos posar entre sus copas.
Otro gran gallo fue el Ojo de Sapo, de Guarico (estado de Lara), que hizo una veintena de peleas, perdiendo la última ante un pollo, en 1981. Lo celebró el poeta Máximo Rangel. Y como esto de la poesía y los gallos ha ido siempre al alimón (¡que nos lo digan a los canarios!), dos poetas, Luis Alberto Crespo e Igor Barreto se inspiraron en el Tuerto Maravilla, que protagonizó una épica pelea con un gallo colombiano. Manuel Urbano evoca, por último, en esta jugosa introducción, al Remolacha, cuyo dueño, don Mariano Albano, le hizo una sepultura en su finca.
¿Y el Negro Antonio? Este gallo fabuloso peleó del 64 al 66, destacando porque mataba a todos sus rivales, algunos de los cuales fueron gallos de bandera. Dato curioso: era un gallino negro, pero murió blanco puro. Muy fino de espuelas, peleaba por debajo, y tenía una espuela natural y otra postiza, como puede por lo demás apreciarse en la foto. No dio descendencia que sirviera.
El Negro Antonio era de José García de la Flor, un conocido casteador español que enviaba gallos a Venezuela, que incluso vivió allí y que murió accidentalmente en 1978 cuando volvía en avión de Medellín a Bogotá, tras haber asistido a un campeonato. García de la Flor incluso escribía en la gran revista gallística de la época, “Gallerías”, algunas de cuyas viejas imágenes reproduce Manuel Urbano tanto en este folleto como en su revista “El Gallo de Cría”. El Negro Antonio se lo mandó a Alí Gómez Revenga en noviembre del 64. Este era un casteador exepcional, que a la sazón poseía una de las mejores galleras del país. Al Negro Antonio, cuando se hizo célebre, le haría una caseta con techo de tejas...
¿Y el nombre? Aquel año de 1964 se le imputaron a un personaje llamado Negro Antonio una decena de muertes, hasta que fue liquidado por la policía. Es cierto que se trataba de una persona violenta y vengativa, pero su fama fue aprovechada para eliminar enemigos políticos de la época, cargándoselos a su cuenta. Pronto se originó un culto en el cementerio municipal de Valencia, con un panteón montado por los creyentes en su espíritu, que iban a rezarle y que han dejado muchos testimonios agradeciendo los favores concedidos. Quien quiera saber más, puede consultar, por ejemplo, esta página:
http://www.letralia.com/257/letras09.htm
Pero lo que nos interesa es el gallito. Su primera pelea la ganó en 3 minutos el 19 de diciembre de 1964, y la segunda en 6. A la tercera ya le trajeron un gallo campeón, pero en vano, ya que lo mató a los 9 minutos, ganando la Copa Roseliano Valenzuela. Vuelve a ganar la cuarta, y se cubre de gloria en la crimen, una legendaria riña en Barquisimeto, catedral gallística de Venezuela. Esta vez le traían al Seguridad Nacional, al que le sacó un ojo al cuarto minuto, cargándoselo al octavo. Y es que el Negro Antonio siempre mataba, y no solo eso, sino que le montaba una pata encima al gallo muerto y cantaba su heraldo triunfador.
Aún más épico fue su combate en Lagunillas (Mérida), contra un cinco peleas meridense. Fue un día de fiesta inolvidable en Lagunilla, que se llenó de aficionados caraqueños venidos en aviones y automóviles. Se trató de la pelea más cara de la temporada, y el Negro Antonio volvió a matar, al sexto minuto.
¡Gallos como este son el sueño de todo casteador!
“El Gallo de Cría”, n. 5
Aprovechamos esta reseña de la publicación de Manuel Urbano para dar breve noticia del n. 5 de la revista que tan distinguidamente dirige. Lamentamos, eso sí, la tardanza, ya que el envío que nos hizo del folleto del Negro Antonio y de este número desapareció en la catástrofe de servicios de correos que tiene actualmente España.
Este número –como siempre, acompañado de un póster, esta vez de un esbelto colorado de Guillermo Franco– se abre con un largo trabajo del Dr. Peña González sobre la genética de los gallos, y prosigue con una entrevista a Diego González, casteador de Isabela (Puerto Rico), de visita por Venezuela, quien le dice a su entrevistador que “en Venezuela se vive una pasión gallística extraordinaria, un fervor y una admiración hacia los príncipes emplumados que quizás no tenga parangón en ningún otro país”. Y esto, dicho por un portorriqueño, quiere decir mucho.
Otra entrevista es la hacha al gigante boxeador Vicente Montaño, para quien los atributos que deben distinguir a los hombres de gallos son “la amistad y la ética, la sinceridad”. ¡Algo muy bellamente dicho!
La tercera entrevista es al poeta Igor Barreto, a quien ya nombramos anteriormente. Esta asociación de los versos y los gallos es ya centenaria en Canarias, y a ella dediqué un largo artículo en el periódico “El Día”, que tal vez sea hora de reproducir en esta página. Para Igor Barreto, “la pelea de gallos finos es nuestra última religión”, llamando al gallo fino “guerrero con un pañuelo en la cabeza”.
Como siempre, y con mucha riqueza fotográfica, la revista se ocupa de diferentes campeonatos, como el de Barquisimeto, el del Club Gallístico Páez (Zaraza), el Primer Festival del Club Gallístico de Peñalver (Puerto Piritu) y el 8º Campeonato Internacional de Cali. El de Barquisimeto sumó nada menos que 203 riñas en 4 días. El Club Gallístico Páez de Zaraza merece destacarse por ser una de las galleras más antiguas de Zaraza, lo cual ha sido notificado al Instituto del Patrimonio Cultural. El campeonato de Cali contó con la participación de casteadores del Perú, Ecuador, Puerto Rico, República Dominicana, Aruba, Miami y Brasil, y en él se homenajeó a res aficionados recientemente desaparecidos: Jose Daniel Tossi, de Brasil, decano de la afición suramericana, José Antonio Gómez “Jango”, embajador gallístico de la República Dominicana, y Rubén Figueroa, fundador de la Asociación de Criadores de Gallos del Valle del Cauca y uno de los mejores galleros de esa región colombiana.
En otras páginas de la revista son recordados los aficionados venezolanos que también han desaparecido recientemente, en concreto don Esteban Silva y don César Reyes, ambos de Tinaquillo (Cojedes).
Sobre galleras, hay un reportaje de visita a la Partida Miércoles Santo de Panamayal (Anzoátegui), y en el capítulo histórico se presentan fotografías de la Gallera Monumental de Isla Margarita, que era la mejor con la del Club Gallístico El Ujano de Barquisimeto, también desaparecida. Fue inaugurada en 1980, por cierto que como la gallera del López Socas, en Las Palmas de Gran Canaria, pero esta aún sigue activa, y hasta mejorada hace un par de temporadas. La Monumental fue inaugurada por el entonces presidente de la república, Luis Herrera Campins, pero hoy los poderes políticos se interesan tan poco por los gallos en Venezuela como en Canarias. Las imágenes que vemos de la Monumental abandonada son deprimentes, sin que falte en ella esa lepra universal de las pintadas estúpidas.
Pero no acabemos con una nota oscura, ya que esta revista lo que muestra es la pujanza de la afición gallística venezolana, y lo que hay de muy vital en esa afición. Y en cuanto al Negro Antonio, bien se merecía este homenaje, por el que hay que felicitar al amigo Manuel Urbano, quien prosigue combinando muy sabia y muy generosamente la celebración del mundo gallístico actual con ese invalorable “rescate de la memoria gallística del país”.