Falleció ayer en Los Llanos de Aridane uno de los mejores aficionados a los gallos que tenían las Islas Canarias: José Luis Pérez Lorenzo, más conocido como José Luis Melquiades, ya que de su abuelo, legendario gallista, heredó este nombre.
Infinidad de amistades, tanto en la isla de La Palma como en la de Tenerife, donde residió muchos años, deja este amigo enorme, cuya muerte nos sume en una profunda zozobra. Aunque padecía del corazón desde hace unos cuantos años, poco imaginábamos un desenlace tan rápido, tal vez porque José Luis era un hombre de una vitalidad extraordinaria, que parecía a prueba de bombas. Amigo generoso, en nadie confiaba yo tanto, y no solo en gallos, ya que nuestra amistad iba mucho más allá de esta afición, compartiendo una similar actitud hacia la vida y hacia el mundo. Era para mí un aliado inquebrantable, y nuestra confianza mutua era absoluta.
Poco dicen las palabras en momentos como estos, que suponen también la desaparición de parte de uno mismo. En la foto que acompaña esta nota, José Luis, detrás a la derecha, aparece junto a buenos amigos: Manolo Sánchez, Orlando Dorta, Arnoldo Pérez y el hijo de este. En particular con Orlando hizo una gran amistad. Yo los presenté en La Orotava y al punto José Luis, con ese carácter maravilloso que tenía, intimaba más con Orlando que lo que había hecho yo en muchos años. Aficionado sabio –era un hombre, además, de inteligencia–, llevaba los gallos en la sangre, y cuando tuvo gallos en Tenerife, cerca de Los Rodeos, recuerdo el cariño que les tenía, como si fueran amigos suyos. Incluso llegó a hacer sus pinitos como cuidador, ayudando tanto al maestro Pablo Amador como a Jorgito Benítez.
En La Palma, mis estancias estuvieron siempre acompañadas por él, que era un insuperable anfitrión, visitando las galleras, viendo las peleas, yendo a casas de viejos aficionados como Lino Acosta, Totoño o Emilio de la Cruz, recorriendo la isla con grandes amigos como el cuidador Roberto Hernández o Rafael el soltador, que tanto lo apreciaba.
Sentimos un dolor inmenso, y también por las personas de su familia que conocíamos, en particular su madre, su hermana Ali, su mujer, sus dos hijas y su primo Tom. Para mí, nadie habrá jamás como José Luis Melquiades, aficionado extraordinario a los gallos y amigo entrañable.
Infinidad de amistades, tanto en la isla de La Palma como en la de Tenerife, donde residió muchos años, deja este amigo enorme, cuya muerte nos sume en una profunda zozobra. Aunque padecía del corazón desde hace unos cuantos años, poco imaginábamos un desenlace tan rápido, tal vez porque José Luis era un hombre de una vitalidad extraordinaria, que parecía a prueba de bombas. Amigo generoso, en nadie confiaba yo tanto, y no solo en gallos, ya que nuestra amistad iba mucho más allá de esta afición, compartiendo una similar actitud hacia la vida y hacia el mundo. Era para mí un aliado inquebrantable, y nuestra confianza mutua era absoluta.
Poco dicen las palabras en momentos como estos, que suponen también la desaparición de parte de uno mismo. En la foto que acompaña esta nota, José Luis, detrás a la derecha, aparece junto a buenos amigos: Manolo Sánchez, Orlando Dorta, Arnoldo Pérez y el hijo de este. En particular con Orlando hizo una gran amistad. Yo los presenté en La Orotava y al punto José Luis, con ese carácter maravilloso que tenía, intimaba más con Orlando que lo que había hecho yo en muchos años. Aficionado sabio –era un hombre, además, de inteligencia–, llevaba los gallos en la sangre, y cuando tuvo gallos en Tenerife, cerca de Los Rodeos, recuerdo el cariño que les tenía, como si fueran amigos suyos. Incluso llegó a hacer sus pinitos como cuidador, ayudando tanto al maestro Pablo Amador como a Jorgito Benítez.
En La Palma, mis estancias estuvieron siempre acompañadas por él, que era un insuperable anfitrión, visitando las galleras, viendo las peleas, yendo a casas de viejos aficionados como Lino Acosta, Totoño o Emilio de la Cruz, recorriendo la isla con grandes amigos como el cuidador Roberto Hernández o Rafael el soltador, que tanto lo apreciaba.
Sentimos un dolor inmenso, y también por las personas de su familia que conocíamos, en particular su madre, su hermana Ali, su mujer, sus dos hijas y su primo Tom. Para mí, nadie habrá jamás como José Luis Melquiades, aficionado extraordinario a los gallos y amigo entrañable.