Terminaba este día otra gran temporada en el Cuyás. Frente a frente, dos cuidadores excelentes: Pablo Amador en San José y Alejo Yánez en Triana. Como siempre, San José con una mejor flota. La última vez que había ganado Triana fue en 1949 con Pancho, y no volverá a ganar hasta 1959 con Domingo Prieto. Pablo debutaba triunfalmente, en una gran temporada. Alejo venía de ganar brillantemente en Lanzarote, y lo hizo muy bien en Triana, brindándole ambos galleros a la afición una emocionante temporada, de jornadas rápidas y vistosas, con muchas espuelas.
9 riñas llevaba San José, por lo que nada se decidía esta última jornada, que gana San José por ventaja. Pero Montenegro, en su infaltable crónica, escribía: “A pesar de lo avanzado de la temporada, se vieron buenas peleas, no faltando entre ellas la riña cumbre, la de grata recordación. Correspondió el triunfo al partido de San José como pudo haberlo conseguido el de Triana, ya que no había entre los combatientes notables diferencias ni de cuido, ni de material gallístico”.
En 4 minutos, el colorado de don José Villegas, tras dejarlo ciego y pincharlo cerca del matadero, acabó con un gran gallo de tres antorchas, el giro de don Rafael Guerra. Terrible de espuelas era este colorado de Villegas, de quien raramente se peleaban gallos que no fueran extraordinarios, tal era su conciencia de casteador, ya que la selección la hacía él, sabiamente y sin ningún tipo de miramientos.
La segunda fue la pelea “cumbre”, con dos gallos soberbios frente a frente, ¡y encima por segunda vez!: el gran colorado de dos riñas de don Nicolás Díaz Aguilar y el no menos gran melado de tres de Ezequiel Betancor (por tanto de la escuela Villegas). Pero dejémosle la pluma a Montenegro:
“Este fue un encuentro muy emocionante entre dos guerrilleros extraordinarios. Ya se conocían los dos, pues se vieron y lucharon este año en la misma valla sin que pudiera ninguno vencer al otro. Vueltos a encontrarse este día, no parecía sino que se recordaban y se temían. Ambos luchaban con desconfianza y procuraban burlar los ataques adversarios. El joselito hacía el trabajo con más perfección y pudo disparar y hacer blanco repetidas veces en la cara y cuerpo del trianero, que se deshacía por pillarlo, pero era en vano, ya que él, el joselito, no luchaba de frente, sino haciendo constantes y prolongadas salidas para echarse fuera de la zona de peligro. Sin embargo, enardecido el trianero, y cansado de tanto perseguir en vano a su contrario, le disparó por detrás sobre la marcha su primera batida y logró herir muy cerca del matadero. El peligro era inminente para el joselito, cuyo instinto le hizo redoblar sus precauciones para castigar sin exponerse. Pero aunque da con la espuela, no está a punto de profundizar o no tiene la suerte de pinchar en sitio decisivo. Por el contrario, al trianero se le presenta otra oportunidad y se va con la espuela sobre un ojo, dejando a su contrario de momento ciego y sin sentido. El pobre animal trata de recobrarse y se mueve sin cesar, mas el trianero es un gallo terrible de espuelas y lo destruye cada vez que intenta atacar. Terrible picada de oído sufre el joselito, y sin embargo se aguantó la repetición del mismo golpe de espanto, intentando hasta el final defenderse, tirando el pico, hasta que fue retirado a los 15 minutos 42 segundos de gran batalla. El vencedor, colorado de don Nicolás, es un gallo extraordinario”.
Gana San José las dos siguientes, destacando la cuarta riña: “Dos gallos magníficos. Hiere primero el joselito en el fondo del cuello del giro, por donde mana abundante sangre. Este va al desquite y lo consigue metiendo espuela. Los dos se hieren, pero surte efecto la primera picada del trianero y hubo que retirarlos a los 5 minutos 10 segundos”.
En la quinta, reduce de nuevo Triana con el giro “Periquito” de don Domingo Guerra, que tras un tiro a tiro toca al de San José a los 2 mm. y 8 ss., teniendo que ser retirado.
Curiosa fue la sexta, así reseñada por Montenegro: “El joselito, gallo jerezano, parecía ser magnífico, pero su pelear inocente, ya que levantaba la pechuga ante su contrario, dio lugar a que este le cortara de tal manera en un muslo que le impedía completamente ponerse derecho. Dando tumbos el pobre animal, se conoce que acertó a herir al trianero, hasta el punto que pierde las fuerzas. Sin embargo, ya al final el joselito estaba completamente derrotado, cuando, sin que este hiciera el menor disparo, se huye el trianero como alma que lleva el diablo. Dicen que alguien del público hizo la gracia de tirar una cajetilla de cigarros, la cual aterrizó sobre las varillas, muy cerca del animalito, que huyó espantado, seguramente por haberla tomado por un platillo volante”. Recordemos además que por aquellos años estaba de moda, venida de los Estados Unidos, la moda de ver platillos volantes.
La última fue la más rápida, cayendo tocado el joselito en revuelos, al minuto y los dos segundos.
En la portada del programa, advirtamos la publicidad de un gran aficionado, que en una época posterior tendría muy buenos gallos: el sastre Isidoro Puga.
Una foto para la historia
La foto que acompaña este artículo es una de las más bellas fotos gallísticas de la época. Pepe Palmero, que era idolatrado en Las Palmas, estaba presente en las peleas, pidiéndosele subiera a la valla junto a los cuidadores de Triana y San José. Pepe había ganado este año en La Palma por 12 riñas, de modo extraordinario. En la foto aparecen, de izquierda a derecha, don Rafael Guerra, con su pata de plata por haber sido suyo el gallo campeón, preparado por Alejo; el propio Alejo; Pepe Palmero; Pablo Amador con su copa de plata y una caja de ron miel Cocal; y, con su clásico habano, don José Araña, uno de los grandes aficionados de la isla, entonces en el partido de San José.
9 riñas llevaba San José, por lo que nada se decidía esta última jornada, que gana San José por ventaja. Pero Montenegro, en su infaltable crónica, escribía: “A pesar de lo avanzado de la temporada, se vieron buenas peleas, no faltando entre ellas la riña cumbre, la de grata recordación. Correspondió el triunfo al partido de San José como pudo haberlo conseguido el de Triana, ya que no había entre los combatientes notables diferencias ni de cuido, ni de material gallístico”.
En 4 minutos, el colorado de don José Villegas, tras dejarlo ciego y pincharlo cerca del matadero, acabó con un gran gallo de tres antorchas, el giro de don Rafael Guerra. Terrible de espuelas era este colorado de Villegas, de quien raramente se peleaban gallos que no fueran extraordinarios, tal era su conciencia de casteador, ya que la selección la hacía él, sabiamente y sin ningún tipo de miramientos.
La segunda fue la pelea “cumbre”, con dos gallos soberbios frente a frente, ¡y encima por segunda vez!: el gran colorado de dos riñas de don Nicolás Díaz Aguilar y el no menos gran melado de tres de Ezequiel Betancor (por tanto de la escuela Villegas). Pero dejémosle la pluma a Montenegro:
“Este fue un encuentro muy emocionante entre dos guerrilleros extraordinarios. Ya se conocían los dos, pues se vieron y lucharon este año en la misma valla sin que pudiera ninguno vencer al otro. Vueltos a encontrarse este día, no parecía sino que se recordaban y se temían. Ambos luchaban con desconfianza y procuraban burlar los ataques adversarios. El joselito hacía el trabajo con más perfección y pudo disparar y hacer blanco repetidas veces en la cara y cuerpo del trianero, que se deshacía por pillarlo, pero era en vano, ya que él, el joselito, no luchaba de frente, sino haciendo constantes y prolongadas salidas para echarse fuera de la zona de peligro. Sin embargo, enardecido el trianero, y cansado de tanto perseguir en vano a su contrario, le disparó por detrás sobre la marcha su primera batida y logró herir muy cerca del matadero. El peligro era inminente para el joselito, cuyo instinto le hizo redoblar sus precauciones para castigar sin exponerse. Pero aunque da con la espuela, no está a punto de profundizar o no tiene la suerte de pinchar en sitio decisivo. Por el contrario, al trianero se le presenta otra oportunidad y se va con la espuela sobre un ojo, dejando a su contrario de momento ciego y sin sentido. El pobre animal trata de recobrarse y se mueve sin cesar, mas el trianero es un gallo terrible de espuelas y lo destruye cada vez que intenta atacar. Terrible picada de oído sufre el joselito, y sin embargo se aguantó la repetición del mismo golpe de espanto, intentando hasta el final defenderse, tirando el pico, hasta que fue retirado a los 15 minutos 42 segundos de gran batalla. El vencedor, colorado de don Nicolás, es un gallo extraordinario”.
Gana San José las dos siguientes, destacando la cuarta riña: “Dos gallos magníficos. Hiere primero el joselito en el fondo del cuello del giro, por donde mana abundante sangre. Este va al desquite y lo consigue metiendo espuela. Los dos se hieren, pero surte efecto la primera picada del trianero y hubo que retirarlos a los 5 minutos 10 segundos”.
En la quinta, reduce de nuevo Triana con el giro “Periquito” de don Domingo Guerra, que tras un tiro a tiro toca al de San José a los 2 mm. y 8 ss., teniendo que ser retirado.
Curiosa fue la sexta, así reseñada por Montenegro: “El joselito, gallo jerezano, parecía ser magnífico, pero su pelear inocente, ya que levantaba la pechuga ante su contrario, dio lugar a que este le cortara de tal manera en un muslo que le impedía completamente ponerse derecho. Dando tumbos el pobre animal, se conoce que acertó a herir al trianero, hasta el punto que pierde las fuerzas. Sin embargo, ya al final el joselito estaba completamente derrotado, cuando, sin que este hiciera el menor disparo, se huye el trianero como alma que lleva el diablo. Dicen que alguien del público hizo la gracia de tirar una cajetilla de cigarros, la cual aterrizó sobre las varillas, muy cerca del animalito, que huyó espantado, seguramente por haberla tomado por un platillo volante”. Recordemos además que por aquellos años estaba de moda, venida de los Estados Unidos, la moda de ver platillos volantes.
La última fue la más rápida, cayendo tocado el joselito en revuelos, al minuto y los dos segundos.
En la portada del programa, advirtamos la publicidad de un gran aficionado, que en una época posterior tendría muy buenos gallos: el sastre Isidoro Puga.
Una foto para la historia
La foto que acompaña este artículo es una de las más bellas fotos gallísticas de la época. Pepe Palmero, que era idolatrado en Las Palmas, estaba presente en las peleas, pidiéndosele subiera a la valla junto a los cuidadores de Triana y San José. Pepe había ganado este año en La Palma por 12 riñas, de modo extraordinario. En la foto aparecen, de izquierda a derecha, don Rafael Guerra, con su pata de plata por haber sido suyo el gallo campeón, preparado por Alejo; el propio Alejo; Pepe Palmero; Pablo Amador con su copa de plata y una caja de ron miel Cocal; y, con su clásico habano, don José Araña, uno de los grandes aficionados de la isla, entonces en el partido de San José.