El Mazantini
No es una exageración lo que voy a contar, y a las pruebas me remito. Hablo de un gallo de pelea que se llamaba “Correlón”, hijo de un colorado “Cola Larga” de cuatro peleas de don Nicolás Díaz de Aguilar, y de una gallina “Solimar” palmera regalada por don Antonio Falcón Santana a su compañero de partido don Pedro García Arocena. Los “solimares” eran gallos descubiertos por “el Foño”, que les puso el nombre de su hijo.
En el “Diccionario Gallístico”, página 334, leemos, al hablar de los “manzanitas”:
“Pancho casteó en Las Palmas el Manzanita, que se había traído de su segunda temporada en La Palma, con una gallina de Manuel Álvarez Peña, dando muchos manzanitas. Uno de los hijos, cruzado por Pedro García Arocena con una gallina de Antonio Falcón, dio la correlona vieja de García Arocena, de la que saldría, cruzada en los años 52 y 53 con el Cola Larga de Nicolás Díaz de Aguilar, el correlón legítimo de García Arocena. La minuciosa información que aportan García y Mesa en el certificado de raza y castío de una pollita nacida en 1979, añade que «las gallinas de Antonio Falcón regaladas a García Arocena provenían del Mascareño Patas Blancas de Pérez Ascanio, palmeros solimares misianes de Ramos Ferraz y cañones jerezanos nitros de José Villegas».”
Don Pedro tenía por costumbre hacer las echaduras en la azotea de su casa, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, y posteriormente, cuando los pollitos eran más granditos, se los llevaba para su finca en el Norte, para después soltarlos en los campos.
Entre esos pollos sueltos estaba nuestro protagonista, un colorado de ojos negros, pico negro y espuelas negras. Después de la recogida de pollos a la edad de quince meses, ingresó en las filas del partido de Triana, cuidando por aquel entonces nuestro tristemente fallecido Domingo Prieto.
Veamos ahora sus peleas, que en la prensa de Las Palmas fueron comentadas por Montenegro (“Falange”) y por Martín Díaz (“Diario de Las Palmas”).
Primera pelea. 27 de marzo de 1960. Colorado de Antonio García Arocena casteado por don Pedro García Arocena de 3 libras y 14 onzas contra giro de Juan Ramírez López casteado por Antonio Falcón Armas de 3 libras y 13 y media onza. Una gran pelea. Dos gallos terribles. En este combate desenvainó las espadas el joselito para emplearlas a fondo; pero el colorado de García Arocena es muy mal enemigo, duro, espuelero y combativo, aparte de reñirse en condiciones magníficas. Chorreaba este animalito gran cantidad de sangre por una pata y a pesar de tan herido, dio siempre la cara a su terrible enemigo respondiéndole con sus perforantes armas para acribillarlo constantemente, hasta derribarlo en tierra sin que este hiciera por levantarse. Grandes aplausos resonaron en el circo al ser retirado el joselito y también muchos descontentos por considerarse un tanto precipitada la decisión del soltador, quien tan seguro estaba de que su gallo no habría de responder que no intentó probarlo entroncándolo con el adversario, cosa que siempre se hace, para satisfacción del público.
Segunda pelea. 24 de abril de 1960. Colorado de Antonio García Arocena casteado por don Pedro García Arocena con 3 libras y 15 onzas de una pelea contra colorado de Juan José Gonzáles Sintes casteado por los Señores Hermanos Falcón de 3 libras y 14 onzas y media. De los catorce gallos presentados en la 12 jornada de riñas, fue el colorado de don Pedro García Arocena el que más gustó. Fue el mismo gallo de la vez anterior: esquivador y espuelero. Las apuestas se inclinan por el de Triana. El de Triana acusa un cañazo en la pata izquierda. El trianero no da cuartel y hace trepidar a los aficionados en sus asientos. Las apuestas llegan 20-10 a favor del de don Pedro. Por último, fue retirado el joselito.
Tercera pelea. 15 de mayo de 1960. Colorado de Antonio García Arocena casteado por don Pedro García Arocena con 3 libras y 14 onzas y dos peleas contra colorado de Hermes Ortega Brito casteado por los señores Guerra y Martín de 3 libras y 13 onzas y media. La hazaña del castio de Pedro García Arocena deja boquiabierta a la afición. Dentro de un terrible “tú a tú” y de una emoción sin limites transcurrieron las riñas del domingo. Las apuestas están a favor de Triana. Pasan bien. El de San José es un gallo terrible, muy certero que causa gravísimas heridas al gallo que pretende el salto al generalato. Se teme por la vida del gallo de Arocena, mas aunque está muy destrozado busca su pelea, esquiva maravillosamente y poco a poco logra con sus recursos igualar la contienda. El público sigue sin pestañear sumido en la terrible emoción del forcejeo; el trianero está muy herido y se da por seguro que su rival al primer tiro que afiance puede dejarlo en tierra, pero él sigue haciendo su pelea con quiebros de cabeza y de cuello y de esta forma logra dominar a su oponente, que es retirado de la valla por su soltador cuando nada puede hacer por eliminar a un gallo que ha ganado con todos los honores el generalato.
Cuarta pelea. 29 de mayo de 1960. Por San José un giro de 3-12 del doctor don José Juan Mejías castío de don José Villegas Afonso. Pollo nuevo que había de enfrentarse nada menos que con el fenómeno de estos tiempos, con el colorado 3-11 y medio ganador de 3 peleas en esta temporada de don Antonio García Arocena castio de don Pedro García Arocena por el partido de Triana. Aquello fue una cosa terrible. Dos gallos soberbios. Pero aunque el pollo con toda su bravura no se resignaba a perder, no pudo contra los trucos de su práctico y habilidoso enemigo, que sabe escurrir el bulto e hincar la cabeza en el suelo en los momentos más precisos. La contienda fue rápida y el pollo sucumbió acribillado en lo que el diablo se estrega un ojo. Grandes aplausos para el gallo y el gallero. Al público le entusiasman las peleas rápidas y los gallos habilidosos. La verdad, es que con gallos de tal categoría y con un poquito de “buena preparación”, el triunfo está siempre asegurado, como ocurrió en este caso, aunque ganara San José las dos peleas restantes.
Quinta pelea. 2 de abril de 1961. Por San José, retinto de Fermín de Armas de peso 4-3 castío de los señores Hermanos Falcón contra el 4-2 y media con 4 peleas de Antonio García Arocena, castío de su hermano Pedro García Arocena. Pelea fantástica de gran emoción en el que el gallo de García Arocena destruye a su contrario desde la primera picada dejándolo “tirado” sin que pudiera valerse, en un tiro disparado por la espalda. Este gran gallo, por su arte guerrillero y por el empleo a fondo de sus mortíferos puñales desde que entra en batalla, es el mejor gallo que ha pisado la valla en los últimos tiempos y tan bueno como los mejores de cualquier época. A los 3 minutos le retiraron su rival acribillado aunque ofrecía dificultades el poder hacer blanco contra quien no ofrecía resistencia. La ovación del vencedor fue general. La enorabuena para los señores García Arocena, dueño y casteador de tal fenómeno.
Sexta pelea. 16 de abril de 1961. Martín Díaz refiere esta gran riña con todo detalle.
El Correlón –gallo de plumaje colorado, con 5 riñas en su haber y del castío de don Pedro García Arocena– figura ya con letras de buen tamaño en los anales gallísticos de Canarias. Su estilo de pelea y sus certeras estocadas concentraron la atención de los entendidos durante cinco encuentros que le hicieron ganar el generalato con calificaciones de sobresaliente. No faltaron, como es frecuente en estos casos –cada cual es muy dueño de pensar y opinar según su razón y conveniencia–, opiniones que pretendían establecer que el Correlón fue, más que un gran gallo, un gallo de suerte, en razón a que los enemigos que le fueron enfrentados no eran de calidad y por añadidura poco heridores, por lo que no se pudo comprobar la reacción del general al sentirse herido de verdad.
Ahora, frente al giro de 3 peleas del castío de José Villegas, la situación relativa al Correlón ha quedado, a nuestra manera de ver, completamente esclarecida. Cierto es que la brillante carrera del colorado ha sido parada en seco porque está en lo posible que no pueda volver nunca más a la valla, pero cierto es también que la difícil situación atravesada por este gallo pone de relieve de manera clara y precisa que el Correlón fue en todo momento un gallo extraordinario.
El anuncio de que el Correlón pretendía revalidar su fama de magnifico espadachín frente a un tres peleas del famosísimo castío de don José Villegas congregó más público de lo normal en la gallera del Cuyás. El lleno fue de los buenos y consecuentemente la expectación respondió al interés despertado ante un combate que bien podía catalogarse como el combate del año.
Cuando Domingo Prieto saltó a la valla con el colorado en la mano, sonaron no pocos aplausos en honor al gallo de García Arocena. El Correlón, como siempre, mostraba sus propias espuelas mientra que el giro ofrecía un par de postizos bien sujetos con las cintas de los colores del partido de San José. Las apuestas se inclinaban a favor del trianero y los joselitos pidieron momios, llegándose hasta la relación de 40 a 30, es decir, ofreciendo doscientas pesetas en el caso de que perdiera el de García Arocena y a cobrar ciento cincuenta si ocurría lo contrario.
Después del pesaje y limpieza de espuelas por parte de los soltadores Rafael Guerra y José Araña y después de que los galleros Domingo e Israel hicieron entrar en calor a los gallos, se efectuó la suelta correspondiente.
Por unos instantes pareció como si nadie respirase en la Gallera. Silencio y ojos en movimiento. Dentro del pecho los corazones de los aficionados revoloteaban presos del duro impacto que representaba semejante combate. La prueba era difícil para ellos y para los gallos. Tras las primeras fue creciendo la tensión hasta que de pronto surgió un “¡Fuerte pelea, Hermano!”. Un aficionado daba así rienda suelta a la enorme emoción que sentía.
El colorado se muestra más contundente en las embestidas, pero al poco tiempo inicia sus clásicos quiebros para desconcertar al fiero enemigo que se le enfrenta. Nos parecen sus movimientos más lentos que en anteriores encuentros; sin tiempo para considerar esto, el de Triana queda ciego del ojo derecho. Hay quien asegura que el gallo se ha herido él mismo, cosa difícil de apreciar, ya que el de Villegas no es manco, y aunque menos arriero que el general se muestra certero y deja constancia de sus espuelas y de su clase en el colorado.
Las apuestas se inclinan a favor del giro y los joselitos ven en puertas la gran oportunidad; no obstante, la suerte aún no está echada porque el Correlón se defiende y trata de nivelar la pelea. Lejos de conseguir frenar al de Villegas, la situación se le pone peor y la suerte juega en su contra y dos o tres gotas de sangre afloran en la arena. No es preciso más para que el ojo del aficionado se percate de la desgracia.
“¡El colorado tiene un cañazo!”–gritan. Efectivamente, el Correlón se ha herido con la espuela derecha en la cañera izquierda. La desilusión cunde entre los trianeros. Detenemos por un instante nuestra vista en Pedro García Arocena; sigue la riña como es habitual en él, sin pestañear, sin el menor movimiento, como si la sangre se le hubiese evaporado del cuerpo, pero eso sí, blanco como un cirio. Sin lugar a dudas su pensamiento se percata también de la gran tragedia que amenaza a su gallo.
Parece que la pelea está resuelta. El giro se mantiene entero y carga una y otra vez tratando de aventajar de manera definitiva. Ahora, más que al resultado de la pelea, los aficionados están atentos a las reacciones del general. Interesa saber hasta dónde llega en la dura prueba que está atravesando. Tras un ataque del joselito, el Correlón responde con certero revuelo y enorme clamor, esta vez dentro del ámbito de la gallera. Los trianeros han quedado paralizados, pues ven que el de García Arocena ha metido sus espuelas en las carnes del giro y que este acusa de manera ostensible la estocada. Inmediatamente, el Correlón busca recursos en la salida. Tras cada salida, entra con rabia; el joselito ha perdido bastante de su viveza inicial y se deja coger de buche en una de las embestidas, pero esta vez tiene suerte porque la estocada no fue certera.
Las salidas perjudican al Correlón; la pata juega y el hilo de sangre que sale por la cañera va dejando impresionante estela sobre la arena de la valla. “¡Ese animal terminará por entregarse!”, afirma alguien cercano a nosotros. Es el sentimiento que anida en cuantos saben las consecuencias de esta clase de heridas. Nuevo toma y daca y el giro cobra un puñalón en lo alto del matadero.
Un río de sangre va quedando tras el colorado. Las fuerzas han de fallarle de un momento a otro, pero resulta lo contrario. Ni las salidas ni la pérdida de sangre afectan gran cosa al general, y el de Villegas va perdiendo terreno, se muestra cansado. Nuevas salidas del trianero para revolverse ligero. Por unos instantes, el general parece loco. Corre con desesperación alrededor de los barrotes y a lo largo y ancho del coso. Se considera que el animal está a punto de entregarse y posiblemente de huirse. Ya no debe tener sangre, sin embargo vuelve al ataque. Los dos gallos están casi agotados. En el público hay quien pide tabla. Los de San José se oponen pensando que el Correlón va a caer en tierra de un momento a otro, pero ocurre que el giro canta un degüello y esto precipita la resolución final. Los soltadores acuerdan dejar en tabla la pelea y por lo tanto no hay vencedor ni vencido. El Correlón ha sido frenado en su brillante carrera, no sin antes demostrar que pertenece a una casta de gallos en la que se puede confiar plenamente. El giro de Villegas demostró también ser un gallo puntero; el solo hecho de bajarle los humos a un general ya es de por si una hazaña extraordinaria.
Descendencia y muerte del Correlón. Sus hijos fueron los “mauras” y “miuras” que sacó Agustín Cabrera Sánchez. Murió casteando con él, de la forma más injusta y cobarde, en el barrio del Polvorín, de una septicemia provocada por una pedrada que le habían dado unos chiquillos cuando estaba suelto con las gallinas.
No es una exageración lo que voy a contar, y a las pruebas me remito. Hablo de un gallo de pelea que se llamaba “Correlón”, hijo de un colorado “Cola Larga” de cuatro peleas de don Nicolás Díaz de Aguilar, y de una gallina “Solimar” palmera regalada por don Antonio Falcón Santana a su compañero de partido don Pedro García Arocena. Los “solimares” eran gallos descubiertos por “el Foño”, que les puso el nombre de su hijo.
En el “Diccionario Gallístico”, página 334, leemos, al hablar de los “manzanitas”:
“Pancho casteó en Las Palmas el Manzanita, que se había traído de su segunda temporada en La Palma, con una gallina de Manuel Álvarez Peña, dando muchos manzanitas. Uno de los hijos, cruzado por Pedro García Arocena con una gallina de Antonio Falcón, dio la correlona vieja de García Arocena, de la que saldría, cruzada en los años 52 y 53 con el Cola Larga de Nicolás Díaz de Aguilar, el correlón legítimo de García Arocena. La minuciosa información que aportan García y Mesa en el certificado de raza y castío de una pollita nacida en 1979, añade que «las gallinas de Antonio Falcón regaladas a García Arocena provenían del Mascareño Patas Blancas de Pérez Ascanio, palmeros solimares misianes de Ramos Ferraz y cañones jerezanos nitros de José Villegas».”
Don Pedro tenía por costumbre hacer las echaduras en la azotea de su casa, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, y posteriormente, cuando los pollitos eran más granditos, se los llevaba para su finca en el Norte, para después soltarlos en los campos.
Entre esos pollos sueltos estaba nuestro protagonista, un colorado de ojos negros, pico negro y espuelas negras. Después de la recogida de pollos a la edad de quince meses, ingresó en las filas del partido de Triana, cuidando por aquel entonces nuestro tristemente fallecido Domingo Prieto.
Veamos ahora sus peleas, que en la prensa de Las Palmas fueron comentadas por Montenegro (“Falange”) y por Martín Díaz (“Diario de Las Palmas”).
Primera pelea. 27 de marzo de 1960. Colorado de Antonio García Arocena casteado por don Pedro García Arocena de 3 libras y 14 onzas contra giro de Juan Ramírez López casteado por Antonio Falcón Armas de 3 libras y 13 y media onza. Una gran pelea. Dos gallos terribles. En este combate desenvainó las espadas el joselito para emplearlas a fondo; pero el colorado de García Arocena es muy mal enemigo, duro, espuelero y combativo, aparte de reñirse en condiciones magníficas. Chorreaba este animalito gran cantidad de sangre por una pata y a pesar de tan herido, dio siempre la cara a su terrible enemigo respondiéndole con sus perforantes armas para acribillarlo constantemente, hasta derribarlo en tierra sin que este hiciera por levantarse. Grandes aplausos resonaron en el circo al ser retirado el joselito y también muchos descontentos por considerarse un tanto precipitada la decisión del soltador, quien tan seguro estaba de que su gallo no habría de responder que no intentó probarlo entroncándolo con el adversario, cosa que siempre se hace, para satisfacción del público.
Segunda pelea. 24 de abril de 1960. Colorado de Antonio García Arocena casteado por don Pedro García Arocena con 3 libras y 15 onzas de una pelea contra colorado de Juan José Gonzáles Sintes casteado por los Señores Hermanos Falcón de 3 libras y 14 onzas y media. De los catorce gallos presentados en la 12 jornada de riñas, fue el colorado de don Pedro García Arocena el que más gustó. Fue el mismo gallo de la vez anterior: esquivador y espuelero. Las apuestas se inclinan por el de Triana. El de Triana acusa un cañazo en la pata izquierda. El trianero no da cuartel y hace trepidar a los aficionados en sus asientos. Las apuestas llegan 20-10 a favor del de don Pedro. Por último, fue retirado el joselito.
Tercera pelea. 15 de mayo de 1960. Colorado de Antonio García Arocena casteado por don Pedro García Arocena con 3 libras y 14 onzas y dos peleas contra colorado de Hermes Ortega Brito casteado por los señores Guerra y Martín de 3 libras y 13 onzas y media. La hazaña del castio de Pedro García Arocena deja boquiabierta a la afición. Dentro de un terrible “tú a tú” y de una emoción sin limites transcurrieron las riñas del domingo. Las apuestas están a favor de Triana. Pasan bien. El de San José es un gallo terrible, muy certero que causa gravísimas heridas al gallo que pretende el salto al generalato. Se teme por la vida del gallo de Arocena, mas aunque está muy destrozado busca su pelea, esquiva maravillosamente y poco a poco logra con sus recursos igualar la contienda. El público sigue sin pestañear sumido en la terrible emoción del forcejeo; el trianero está muy herido y se da por seguro que su rival al primer tiro que afiance puede dejarlo en tierra, pero él sigue haciendo su pelea con quiebros de cabeza y de cuello y de esta forma logra dominar a su oponente, que es retirado de la valla por su soltador cuando nada puede hacer por eliminar a un gallo que ha ganado con todos los honores el generalato.
Cuarta pelea. 29 de mayo de 1960. Por San José un giro de 3-12 del doctor don José Juan Mejías castío de don José Villegas Afonso. Pollo nuevo que había de enfrentarse nada menos que con el fenómeno de estos tiempos, con el colorado 3-11 y medio ganador de 3 peleas en esta temporada de don Antonio García Arocena castio de don Pedro García Arocena por el partido de Triana. Aquello fue una cosa terrible. Dos gallos soberbios. Pero aunque el pollo con toda su bravura no se resignaba a perder, no pudo contra los trucos de su práctico y habilidoso enemigo, que sabe escurrir el bulto e hincar la cabeza en el suelo en los momentos más precisos. La contienda fue rápida y el pollo sucumbió acribillado en lo que el diablo se estrega un ojo. Grandes aplausos para el gallo y el gallero. Al público le entusiasman las peleas rápidas y los gallos habilidosos. La verdad, es que con gallos de tal categoría y con un poquito de “buena preparación”, el triunfo está siempre asegurado, como ocurrió en este caso, aunque ganara San José las dos peleas restantes.
Quinta pelea. 2 de abril de 1961. Por San José, retinto de Fermín de Armas de peso 4-3 castío de los señores Hermanos Falcón contra el 4-2 y media con 4 peleas de Antonio García Arocena, castío de su hermano Pedro García Arocena. Pelea fantástica de gran emoción en el que el gallo de García Arocena destruye a su contrario desde la primera picada dejándolo “tirado” sin que pudiera valerse, en un tiro disparado por la espalda. Este gran gallo, por su arte guerrillero y por el empleo a fondo de sus mortíferos puñales desde que entra en batalla, es el mejor gallo que ha pisado la valla en los últimos tiempos y tan bueno como los mejores de cualquier época. A los 3 minutos le retiraron su rival acribillado aunque ofrecía dificultades el poder hacer blanco contra quien no ofrecía resistencia. La ovación del vencedor fue general. La enorabuena para los señores García Arocena, dueño y casteador de tal fenómeno.
Sexta pelea. 16 de abril de 1961. Martín Díaz refiere esta gran riña con todo detalle.
El Correlón –gallo de plumaje colorado, con 5 riñas en su haber y del castío de don Pedro García Arocena– figura ya con letras de buen tamaño en los anales gallísticos de Canarias. Su estilo de pelea y sus certeras estocadas concentraron la atención de los entendidos durante cinco encuentros que le hicieron ganar el generalato con calificaciones de sobresaliente. No faltaron, como es frecuente en estos casos –cada cual es muy dueño de pensar y opinar según su razón y conveniencia–, opiniones que pretendían establecer que el Correlón fue, más que un gran gallo, un gallo de suerte, en razón a que los enemigos que le fueron enfrentados no eran de calidad y por añadidura poco heridores, por lo que no se pudo comprobar la reacción del general al sentirse herido de verdad.
Ahora, frente al giro de 3 peleas del castío de José Villegas, la situación relativa al Correlón ha quedado, a nuestra manera de ver, completamente esclarecida. Cierto es que la brillante carrera del colorado ha sido parada en seco porque está en lo posible que no pueda volver nunca más a la valla, pero cierto es también que la difícil situación atravesada por este gallo pone de relieve de manera clara y precisa que el Correlón fue en todo momento un gallo extraordinario.
El anuncio de que el Correlón pretendía revalidar su fama de magnifico espadachín frente a un tres peleas del famosísimo castío de don José Villegas congregó más público de lo normal en la gallera del Cuyás. El lleno fue de los buenos y consecuentemente la expectación respondió al interés despertado ante un combate que bien podía catalogarse como el combate del año.
Cuando Domingo Prieto saltó a la valla con el colorado en la mano, sonaron no pocos aplausos en honor al gallo de García Arocena. El Correlón, como siempre, mostraba sus propias espuelas mientra que el giro ofrecía un par de postizos bien sujetos con las cintas de los colores del partido de San José. Las apuestas se inclinaban a favor del trianero y los joselitos pidieron momios, llegándose hasta la relación de 40 a 30, es decir, ofreciendo doscientas pesetas en el caso de que perdiera el de García Arocena y a cobrar ciento cincuenta si ocurría lo contrario.
Después del pesaje y limpieza de espuelas por parte de los soltadores Rafael Guerra y José Araña y después de que los galleros Domingo e Israel hicieron entrar en calor a los gallos, se efectuó la suelta correspondiente.
Por unos instantes pareció como si nadie respirase en la Gallera. Silencio y ojos en movimiento. Dentro del pecho los corazones de los aficionados revoloteaban presos del duro impacto que representaba semejante combate. La prueba era difícil para ellos y para los gallos. Tras las primeras fue creciendo la tensión hasta que de pronto surgió un “¡Fuerte pelea, Hermano!”. Un aficionado daba así rienda suelta a la enorme emoción que sentía.
El colorado se muestra más contundente en las embestidas, pero al poco tiempo inicia sus clásicos quiebros para desconcertar al fiero enemigo que se le enfrenta. Nos parecen sus movimientos más lentos que en anteriores encuentros; sin tiempo para considerar esto, el de Triana queda ciego del ojo derecho. Hay quien asegura que el gallo se ha herido él mismo, cosa difícil de apreciar, ya que el de Villegas no es manco, y aunque menos arriero que el general se muestra certero y deja constancia de sus espuelas y de su clase en el colorado.
Las apuestas se inclinan a favor del giro y los joselitos ven en puertas la gran oportunidad; no obstante, la suerte aún no está echada porque el Correlón se defiende y trata de nivelar la pelea. Lejos de conseguir frenar al de Villegas, la situación se le pone peor y la suerte juega en su contra y dos o tres gotas de sangre afloran en la arena. No es preciso más para que el ojo del aficionado se percate de la desgracia.
“¡El colorado tiene un cañazo!”–gritan. Efectivamente, el Correlón se ha herido con la espuela derecha en la cañera izquierda. La desilusión cunde entre los trianeros. Detenemos por un instante nuestra vista en Pedro García Arocena; sigue la riña como es habitual en él, sin pestañear, sin el menor movimiento, como si la sangre se le hubiese evaporado del cuerpo, pero eso sí, blanco como un cirio. Sin lugar a dudas su pensamiento se percata también de la gran tragedia que amenaza a su gallo.
Parece que la pelea está resuelta. El giro se mantiene entero y carga una y otra vez tratando de aventajar de manera definitiva. Ahora, más que al resultado de la pelea, los aficionados están atentos a las reacciones del general. Interesa saber hasta dónde llega en la dura prueba que está atravesando. Tras un ataque del joselito, el Correlón responde con certero revuelo y enorme clamor, esta vez dentro del ámbito de la gallera. Los trianeros han quedado paralizados, pues ven que el de García Arocena ha metido sus espuelas en las carnes del giro y que este acusa de manera ostensible la estocada. Inmediatamente, el Correlón busca recursos en la salida. Tras cada salida, entra con rabia; el joselito ha perdido bastante de su viveza inicial y se deja coger de buche en una de las embestidas, pero esta vez tiene suerte porque la estocada no fue certera.
Las salidas perjudican al Correlón; la pata juega y el hilo de sangre que sale por la cañera va dejando impresionante estela sobre la arena de la valla. “¡Ese animal terminará por entregarse!”, afirma alguien cercano a nosotros. Es el sentimiento que anida en cuantos saben las consecuencias de esta clase de heridas. Nuevo toma y daca y el giro cobra un puñalón en lo alto del matadero.
Un río de sangre va quedando tras el colorado. Las fuerzas han de fallarle de un momento a otro, pero resulta lo contrario. Ni las salidas ni la pérdida de sangre afectan gran cosa al general, y el de Villegas va perdiendo terreno, se muestra cansado. Nuevas salidas del trianero para revolverse ligero. Por unos instantes, el general parece loco. Corre con desesperación alrededor de los barrotes y a lo largo y ancho del coso. Se considera que el animal está a punto de entregarse y posiblemente de huirse. Ya no debe tener sangre, sin embargo vuelve al ataque. Los dos gallos están casi agotados. En el público hay quien pide tabla. Los de San José se oponen pensando que el Correlón va a caer en tierra de un momento a otro, pero ocurre que el giro canta un degüello y esto precipita la resolución final. Los soltadores acuerdan dejar en tabla la pelea y por lo tanto no hay vencedor ni vencido. El Correlón ha sido frenado en su brillante carrera, no sin antes demostrar que pertenece a una casta de gallos en la que se puede confiar plenamente. El giro de Villegas demostró también ser un gallo puntero; el solo hecho de bajarle los humos a un general ya es de por si una hazaña extraordinaria.
Descendencia y muerte del Correlón. Sus hijos fueron los “mauras” y “miuras” que sacó Agustín Cabrera Sánchez. Murió casteando con él, de la forma más injusta y cobarde, en el barrio del Polvorín, de una septicemia provocada por una pedrada que le habían dado unos chiquillos cuando estaba suelto con las gallinas.