miércoles, 8 de agosto de 2012

Número 4 de “El gallo de cría”

Siempre es una satisfacción recibir noticias de Venezuela, un país al que Canarias se encuentra tan unido. “El gallo de cría”, revista que dirige con muy buen timón Manuel Urbano, cumple esa función. Ahora nos llega el número cuarto, siempre en la línea de dar cuenta de algunos eventos gallísticos que se producen en la vasta geografía venezolana y de evocar y celebrar a los buenos aficionados.
Llaman la atención las numerosas fotografías, siempre a todo color, de aficionados que participan en los diferentes campeonatos. Buena gente, unida por esta gran y saludable afición, que al tiempo que viven la pasión por el gallo fino conviven cordialmente con quienes la comparten. Como en Canarias y como en cualquier lugar del planeta donde existe la “gallomaquia”.
En el capítulo de las evocaciones, Manuel E. Solorzano Calderón recuerda al coronel Boanerges Rengel, “gallero desde chiquito” y gran amigo de Valerio Giménez, el más famoso criador de gallos del centro de Venezuela. El coronel “murió en la gallera El Manguito, cerca de su pueblo natal, San Diego de Cabrutica, y su renombre de gallero y excelente casteador todavía perdura, y la sangre de sus gallos sigue tiñendo de rojo las vallas de las galleras orientales”.
Jesús Leomar Zabala Ruiz
El otro homenaje a un aficionado desaparecido es más triste, ya que en plena juventud desapareció Jesús Leomar Zabala Ruiz, de quien hace una emotiva semblanza Jesús Lezama. Nacido en Carúpano (Sucre) en 1980, Jesús Leomar, era nieto de un gran gallero, Francisco Zabala (“Quintín”), pero cuando verdaderamente se inició fue al conocer a Wolfgang Carballo, un notable cuidador poseedor de una célebre “cuerda” gallística. A partir de ahí, obtiene grandes gallos, entre los cuales “el sambo dominicano”, “el giro de Gollo” y “el marañón de Cheli”. En 2011 inició la construcción de un “galpón” para la cría de gallos y para montar allí su propia “cuerda”. Pero el 25 de mayo del mismo año, una descarga eléctrica segaría la vida de este aficionado tan estimado por su fervor gallístico como por sus cualidades humanas.
Uno de los reportajes más interesantes es el dedicado a Teodoro Torres, “señor de las vallas y de los gallos”. Mauricio Pinto entrevista a este hombre que ha cumplido la friolera de 60 años como juez de valla. Para hablar con él viaja a Río Negro (Miranda). Don Teodoro nació en Río Caribe (Sucre) en 1927, de padre gallero. A la pregunta de si la luna influye en los gallos, responde afirmativamente, por su experiencia. De las riñas de antes dice que duraban unos 40 minutos. La mejor que ha visto es una que realizó un gallo llamado “el Tanque”, y su mejor gallo fue otro llamado “el Diablo”. Y sobre sus casteos dice que comenzó comprando gallos cubanos y españoles, para poseer en la actualidad su propia cría. Aquí vamos al maestro Teodoro con la cuerda La Caleña:


Como la afición a los gallos va de la infancia a la senectud, el contraste perfecto con el maestro Teodoro –contraste armonioso– lo da la jovencísima aficionada Gina Perdomo, hija del gran aficionado don Reinaldo Perdomo, que además es una amante de los caballos, viéndosela, muy sonriente, tanto sobre una de sus yeguas como mimando a un bonito gallo “zambo”. También en Canarias ha habido y hay muy buenos aficionados a los gallos que han compartido esa afición con la de los caballos.
Los acontecimientos gallísticos que se reseñan son: el primer Derby Gallístico Oriental, en el Club Los Compadres de Puerto La Cruz; la quinta feria del pollo “crestón” en el Club Gallístico Páez de Zaraza-Guárico, dedicada a dos personajes gallísticos ya fallecidos: “Don Ramón (padre) y Ramiro Reggio (hijo), jugadores de bolas criollas con una peculiaridad muy jocosa en su forma de ser, hablar y tratar”; las “jugadas” en el club La Batea de la carretera nacional Caripe, Crucero de Aparicio; y el Primer Gran Encuentro de la Amistad en el Club Gallístico km. 90 de Anaco (Anzoátegui), donde se guardó un minuto de silencio por el doctor Héctor Osorio Rojas, alias “Culebra”, considerado uno de los mejores galleros de Venezuela. Realizan estos reportajes Luis Flores, Franklin Hernández Rojas, Rubén Elías Rodríguez y el propio Manuel Urbano, quien también visita la Cuerda La Solución, en la carretera vieja de Tocuyito, para unas peleas amenizadas con música criolla y de las que vemos aquí una imagen:


Un giro de dos riñas, propiedad de los hermanos Sandoval, de esta “cuerda” La Solución, recibe el honor de portada, mientras que en el póster de costumbre aparece un gallino de Orlando Álvarez, de San Joaquín (Carabobo).
Enorme mérito tiene, en un país enorme como es Venezuela, mantener esta información, ofreciéndonos poco a poco el mosaico gallístico del país.
Manuel Urbano no deja de tratar el candente tema de las muertes en las galleras, reveladoras de una sociedad en estado de convulsión, que asola la violencia (en Venezuela mueren al año unas 20.000 personas en actos violentos). De estos hechos sangrientos, solo uno ha estado relacionado con los gallos en sí, aunque los medios de comunicación, tan manipuladores en Venezuela como en España, ignoran tal cosa.
En el capítulo histórico, hay un reportaje de Juan B. Recagno P. sobre las antiguas galleras carabobeñas, con atención a las de Valencia, Bejuma, Montalbán, Puerto Cabello y Miranda. Las espuelas eran con espuelas naturales y pescuezo pelado. “Se realizaban jugadas benéficas y nunca se habló de la prohibición de las riñas de gallos, ya que las mismas forman parte de nuestra cultura, los gallos nacieron para pelear y no para servir de comida”.
Completan este número de 42 páginas un reportaje de Carlos Cogorno Ventura sobre el uso de los antibióticos en los gallos y una docena de fotos sobre la afición–gigantesca, como es sabido– en la isla de Puerto Rico.
Manuel Urbano nos anuncia la aparición de un folleto sobre el legendario gallo “el negro Antonio”, que tendremos el placer de reseñar en esta página.