Hoy, nuevamente, traemos a esta página a auténticos sabios de los gallos. Allá por los últimos años del siglo que ya pasó, me asombro hoy de haber podido disfrutar la compañía de aficionados tinerfeños tan extraordinarios como Antonio Casañas, Ramón Trujillo y Agustín Morales. En más de una ocasión, acabadas las peleas del Norte y La Espuela, me iba con ellos a almorzar, por ejemplo al pueblo marinero de San Andrés las temporadas que se celebraron en Valle Jiménez.
Antonio Casañas no precisa de presentaciones. Se lo recuerda como una persona del más elegante trato y como uno de los grandes soltadores que tuvo la isla de Tenerife en los años 50 y 60, soltándole los gallos a Pancho “el Músico”, o sea los gallos de La Espuela, partido del que fue presidente algunas temporadas. Por suerte, tenemos aquí la entrevista que le hice en 1998, y en la que nos dice mucho de su vida gallística y de sus ideas sobre los gallos, aunque más sea lo que falte por contar:
El chófer de nuestro equipo era Agustín Morales, familiarmente conocido como Chicho. Yo venía a Santa Cruz desde La Orotava, en guagua, y me daba un salto a la plaza aledaña a la redacción del periódico “El Día”, que era donde él tenía su piso. Íbamos a recoger a Casañas a su casa del barrio de Salamanca, y luego a Ramón Trujillo por la Avenida de Anaga. Ramón era como un hermano mayor de Chicho, y recuerdo que yo me tenía que pasar al sillón de atrás para que él fuera más cómodo. Detalles que me parecían, y siguen pareciendo, muy graciosos. Ramón Trujillo fue otro aficionado a los gallos de toda la vida, y casteaba con sus hermanos, que tuvieron grandes gallos con Pancho allá por los años 50. Era una persona muy señorial, pero a la vez muy simpática, simpatía que prodigaba conmigo, porque le gustaba hablar con la gente joven. Sin duda el que a mí me interesaran tanto los gallos, y me preocupara por su pasado y por su historia, le debía resultar tan grato como a Casañas. Cuando murió, en 2002 (aún iba a las peleas), el periódico “El Día” le dedicó una larga columna de obituario, que muestra lo apreciado que era en la ciudad santacrucera. Aquí tenemos el comienzo de esa nota, muy merecida, donde además no deja de aludirse a su afición a los gallos, ya que, pese a que unos desalmados hubieran arremetido contra esta noble afición una decena de años antes, Ramón Trujillo, a diferencia de otros, ni se retiró de los gallos ni dejó nunca de hacer gala de su afición.
Agustín Morales era un personaje de órdago. Extraordinario. Verdadero genio y figura, hasta la sepultura. Fue un amigo íntimo, insuperable, y ya he dicho que, con Ángel Bolaños y José Luis Melquiades, el más grande que he tenido en los gallos. Me llevaba a mí 24 años, pero eso la verdad es que no significaba nada. Fue él quien me animó a escribir de gallos, lo que yo hice a condición de que me ayudara y firmara conmigo. Escribimos juntos un par de temporadas, él con el apodo de “Perillón”, ya que ese gallo legendario era su favorito de todos los tiempos que llevaba viendo peleas, o sea desde niño, porque su padre había sido hasta presidente de La Espuela. Algunos lo llamaban “Caruso”, porque había sido un gran cantante de ópera. Tenía una energía y una vitalidad asombrosas, y a veces podía ser sumamente colérico. En el mejor sentido de la expresión, puede decirse de Agustín Morales que estaba “medio loco”, pero con lo que de genialidad tiene cierta locura. Loco era sin duda por las mujeres, y nunca olvidaré una vez que íbamos caminando y de pronto, como quien actúa ante la platea de un público de teatro, o sea más dirigiéndose a ese público ideal que a mí, dijo: “A lo largo de mi vida, me he montado a más de MIL mujeres”. Tal proeza donjuanesca sin duda que era hiperbólica, pero es cierto que, con su voz de barítono, que prodigaba cantando por ejemplo boleros en las salas de fiesta del Puerto de la Cruz, debió derretir muchos femeninos corazones.
Hombre de carácter muy abierto, bastó conocer a mi amigo, colega y escritor Nilo Palenzuela Borges, que iba de vez en cuando a los gallos, y que este le dijera cuánto le gustaría criar un gallo, para que se lo regalara, y precioso, de la casta más fina. Porque aún criaba sus gallitos, junto a Eusebio Luzardo, en la finca de los Mascareños, donde yo le saqué la foto casi bíblica con que encabezo este capítulo evocativo de hoy (por desgracia, ya perdí el original y solo puedo reproducir la copia de “Jornada”). Le da, regocijado, de comer a los pollitos, que era lo que más le gustaba de su afición.
En los últimos años de su vida, Agustín Morales, que estaba hacía años separado, reencontró el amor con una mujer, estupenda, de Güímar. Disfrutó unos buenos y serenos años, pero que no fueron todos los que se merecía, falleciendo a los 71 años el 31 de mayo de 2002. Una de las últimas veces que lo vi fue en unas peleas en Güímar. Siguiendo ese repugnante vicio de no quitar los gallos cuando se encuentran en un estado deplorable, aquel día volvió a pasarse la frontera que va del espectáculo a la vergüenza. Agustín Morales, que además había ido a las peleas con su mujer, tuvo uno de sus grandiosos accesos de cólera y se levantó protestando, hasta incluso decir que los gallos, a tenor de los que allí se estaba viendo, harían muy bien en prohibirlos.
Por suerte, guardo este recorte de una entrevista que le hizo Óscar Zurita, y donde el gran Chicho Morales queda perfectamente retratado:
En la foto de Casañas viendo unas peleas, aparece a su lado otro histórico de La Espuela, don Luis Miranda, que era general. Pero a él solo lo conocí de vista. En la siguiente fotografía, de 2002, aparecen otros dos grandes aficionados de La Espuela también desaparecidos: Antoñito Martín (primero por la izquierda) y José Fortuny (segundo por la derecha, de pie). El primero sabía mucho de gallos, y sobre todo era un maestro haciendo espuelas para su partido. De Fortuny hablé hará un año, con motivo de su muerte, que todos sentimos mucho, porque era hombre de la más extrema simpatía, siempre de buen humor. Por estos años, Fortuny era también partidario de Güímar, y son aficionados güimareros quienes aparecen aquí, entre ellos Agustín Delgado, Adrián Mederos, Felipe López, Iván Darias, el cuidador José Carlos Rodríguez, Tato Reyes y el amigo galdense Antonio Montesdeoca.
Por último, en esta otra foto de conjunto, año 2008, sacada en la gallera de La Espuela, aparece a la izquierda otro muy apreciado aficionado de ese partido, aunque él, como su hermano Anselmo, procedía de Tazacorte. Se trata de Luis Sánchez, gran animador de la afición, y que hasta se ponía a vender las entradas a la puerta de la gallera. Junto a él, Carlos Camacho, Chicho, Eduardo Fernández de la Puente, el coronel Tabares, Vicente Sosa, el cuidador Valentín Lorenzo y Rogelio Galván. Luis Sánchez murió hace tres años, habiendo sido la última gran pérdida del histórico partido santacrucero. Era un gran fumador de puros palmeros, que con solo ver la tripa conocía la calidad, y alguna vez me asesoré yo con él. Ni que decir tiene que, como los nombres hoy traídos a colación, sigue bien vivo en el recuerdo de los buenos aficionados.