De todas las personas que he conocido en el mundo de los gallos, tantas de ellas magníficas y hasta extraordinarias, el de mayor categoría propiamente gallística fue para mí Pablo Amador. Era un cuidador venido de los tiempos gloriosos, que había aprendido con “el Músico” y tocaba su instrumento a la perfección.
Hoy
reproduzco la entrevista que le hice cuando murió y a la que la única
corrección importante que habría que hacerle es la de que los gallos no le
daban con las espuelas como a otros cuidadores de élite. Eso realmente no es
cierto. Tenía un sistema de trabajo que convertía sus gallos en duros y
briosos, pero cuando quería llevarlos ligeros y espueleros lo hacía, como
demostró muchas veces en Las Palmas y como demostró el día en que se enfrentó a
la poderosa gallera de Garachico en desafío que recuerdan todos los aficionados
tinerfeños. El único discípulo del “Músico” que lo superaba (a él y a todos)
fue Pepe Palmero, quien por llevar tantos años con Pancho acabó siendo tan
bueno como este.
Lamento
no haberlo tratado más, ya que lo conocí cuando estaba ya enfermo. Nos quedó en
el tintero una entrevista que podía haber sido un libro. Lo llegué a visitar en
su casa y tanto él como luego su mujer me facilitaron todo el material
gallístico que él tenía. El Diccionario Gallístico de Canarias lo debí
haber dedicado a su memoria.
Estamos en el día del desafío entre el Norte y Garachico, 24 de marzo de 1992. Florencio Hernández (“Fisio”) había aprendido con Pablo, y, al igual que muchos de los que estuvieron con él, llegó a ser un excelente cuidador, con grandes temporadas en la década siguiente. La última vez que hablé con Pablo Amador, en su propia casa, le pregunté (de la manera menos periodística posible) por los mejores cuidadores que para él había entonces en Canarias. Me dijo: “Quico y Florencio”, para añadir de inmediato: “...y el Pichoncito”.