sábado, 30 de enero de 2021

Casa Plácido, 10%

Plácido (camisa celeste) brinda con un grupo de amigos,
en su local del 10%

Hoy rendimos homenaje a una excelente persona recientemente desaparecida y que era un hombre muy apreciado por muchos aficionados de la isla.
En Casa Plácido, también conocida por el 10%, se reunían a veces los aficionados del Norte, desde hace muchas décadas. Recuerdo ver allí a Luis Sánchez (“Barre Barre”), a Modesto Torrens, a Pepe Fortuny, a Orlando Dorta, a Ángel Bolaños, a don Florencio González, a Arquímedes Acosta, a Pepe Borges y un largo etcétera. Yo mismo llevaba a aficionados de Las Palmas o de La Palma que visitaban Tenerife por razones gallísticas u otras.
Casa Plácido fue siempre garantía de buen comer y sobre todo de pescado fresco del Norte sin ningún engaño. Fue y lo sigue siendo. Es en realidad un caso único: un espacio amplio y bonito a la vez que simple, perfectamente limpio, bien atendido, tranquilo, sin ruidos que impidan la buena conversación amistosa o familiar, cuyo menú se reduce al pescado fresco, los tollos, el pulpo, el escaldón, la sopa y desde hace unos años los postres de Doña Laura. A veces sorpresas, como la morena, el congrio o los camarones. Pero sobre todo el pescado fresquísimo y en su punto perfecto, acompañado de las mejores papas que se puedan obtener en el momento, que es lo mismo que ocurre con el vino, siempre matancero y siempre del mejor. Por tanto, la perfección, como saben muchos que son clientes desde hace tantísimos años.
A quien se debe este logro es a Plácido Rodríguez Baute, quien estuvo al frente del mostrador hasta que en tiempos recientes diera paso a sus hijos. Él y su mujer Isabel han hecho del 10% uno de los lugares espléndidos de la isla de Tenerife, que nunca dejarán sino más que bien a quienes quieran contentar a visitantes de otras islas o de lugares fuera de las islas.
Plácido Rodríguez era una persona entrañable. Siempre bien dispuesto, sencillo, conversador de los que saben hablar y saben escuchar, amigo de sus amigos, afectuoso, con sentido del humor, en fin, uno de esos canarios al mismo tiempo cálidos y respetuosos que ejemplifican lo mejor que podemos ser.
Muchas veces, con su cordialidad maravillosa, se acercaba a la mesa donde yo estaba para charlar un momento, pero sobre todo recordaré siempre nuestros encuentros paseando por Los Nateros, a donde iba en estos últimos años, después de almorzar, para dar unas cuantas vueltas y luego reunirse con unos cuantos vecinos de la zona. Muestra de su gran corazón la tenemos en el cuidado que ponía en tener con agua fresca las flores de una cruz que recordaba el lugar donde una chica a la que él veía por allí había caído fulminada hace unos cuatro o cinco años.
Fue un privilegio conocerlo y haberlo tratado durante algunos años, que ojalá hubieran sido más. Y vivo seguirá en la memoria de quienes hemos tenido ese privilegio.