¿Qué aficionados antiguos nos quedan, que aún sigan interesados en los gallos? Los que pueden hablarnos de las peleas de los años 30 y 40 ya podemos contarlos con los dedos de una mano.
El primero de ellos es Alejo Yánez en Gran Canaria, que es el patriarca de la afición, con 96 años, y que andaba por las galleras de su isla ya en la década de los años 30, cuando incluso aparecen gallos a su nombre en los programas del Cuyás. No solo es una memoria viva de las peleas en Gran Canaria, sino en Lanzarote, donde fue cuidador siempre recordado por sus dotes y por su bonhomía.
En Gran Canaria está también Julián Castillo, quien por su parte puede hablarnos no solo de los gallos en esa isla sino de las peleas antiguas en Santa Cruz de La Palma, de donde es natural y donde fue ayudante juvenil y luego cuidador.
Si pasamos a La Palma, tenemos a Totoño, otro de los grandes, y, como Alejo y Julián, un memorión de tomo y lomo. Aún va a las peleas, en gran parte porque en su área geográfica es donde la calidad del espectáculo más se ha mantenido.
En Tenerife, Orlando Dorta ya hace años que no va a los gallos, y su salud está muy mermada. Pero es el único ser viviente que puede resucitar en todo su esplendor las grandes temporadas del Cuyás en los años 30 –cima de la afición gallística canaria, por no decir mundial– y las cuatro no menos sensacionales temporadas en que se enfrentaron “el Músico” y su discípulo, Pepe Palmero, o sea los mejores artistas de la cuida gallística que ha tenido Canarias. Como Totoño y Julián, Orlando es además un conocedor excepcional de los casteos y su complicada genealogía. Cualquiera de ellos se acuerda de los gallos de bandera que ha habido como si los estuvieran viendo ahora mismo.
Más joven que ellos es Eduardo Pérez de Ascanio, pero su afición nació podemos decir que en la infancia, y así, pudo codearse con los grandes casteadores clásicos no solo tinerfeños sino también grancanarios (Villegas, Hernández López, don Ramón Rodríguez). Y quien quiera oír hablar de los “duelos” entre “el Músico” y “el Boyero”, sobre todo los de primeros años 50, tiene que recurrir a Antonio “el Crusantero”, que vive en la Calendaria del Lomo (La Orotava), entre viñas y bodegas. Pero con estos aficionados ya hemos pasado a fines de los 40 y a la década de los 50, y ahí surgen ya muchos nombres: Vicente Sosa, Antonio “el Morrocollo”, Francisco Martín Cabrera, Emilio de la Cruz, Juan Rodríguez Drincourt, etc.
Es por todo ello que resulta una pérdida irreparable la desaparición de un hombre como Rafael Hernández Martín, más conocido como Rafael el soltador, si no fuera porque además era una persona cautivadora, muy sencilla, con mucho sentido del humor, siempre bien dispuesto, bromeando sin nunca la menor malicia, y dejando bromear a los demás.
La última vez que quise hablar con él por teléfono ya no me oía bien, y era para una consulta sobre por qué se interrumpieron las riñas entre Tazacorte y Los Llanos en 1954, y por algunas temporadas. Sí se que hubo hasta bastonazos entre los directivos. Hace unos días nos daban como argumento a favor de las espuelas plásticas que así no se darían los problemas que se han dado con las naturales, y que han llevado hasta la suspensión de contratas, pero por esa regla de tres quitemos también a las directivas, a los soltadores (esto ya lo han hecho algunos), a los cuidadores (ídem), etc. Demos ya el paso hacia los campeonatos de casteadores solamente, y punto.
En esta y otras cuestiones, lo más curioso es que, teniendo como tenemos las batallas hace tiempo perdidas, nuestros puntos de vista levanten tanta hostilidad, como si no se aceptara ninguna discrepancia de la opinión dominante. Aquí solo se aplaude si está uno de acuerdo con todo y con todos.
Pero esto nos lleva por otros derroteros. Hoy lo que hemos querido es, por una parte, recordar a nuestro entrañable Rafael Hernández, con quien tantas buenas horas compartimos y a quien vemos aquí tras un ágape en Puerto Espínola (acompañado aquel día de dos de sus mejores amigos, Roberto el cuidador y José Luis Melquiades), a la vez que llamar la atención acerca de los sabios y venerables aficionados que aún tenemos, y que merecen todo nuestro respeto, afecto y admiración.