Como decía Alejandro Dumas en El conde de Montecristo, “los amigos que hemos perdido no reposan en la tierra: están encerrados en nuestro corazón”.
Hoy vamos a detenernos en dos grandes aficiones tinerfeñas: las de Güímar y Garachico, que protagonizaron unas grandes temporadas en los años 80 y 90, y además transcurridas en una concordia excepcional.
En esta primera foto vemos al presidente de Garachico durante aquellos años, Filiberto López. A su lado está Antonio Miguel, que soltaba muy bien y con mucha deportividad los gallos de la Isla Baja. Y como siempre, por el Norte, tenemos a Eduardo Pérez Ascanio. Entre el público, sentados, detectamos a Álvaro Tapia, a don Alonso Lecuona y, fumando un puro, al bodeguero de Santa Úrsula Genaro Martín, quien todos los años otorgaba un trofeo y que aún vive, con ochenta y pico de años. Lugar: el patio del cuartel de San Agustín, en La Orotava.
Filiberto López era uno de los muchos médicos que han sido aficionados a los gallos. Vivía en Icod de los Vinos, y de Cuba se trajo gallos “campanarios”. En el año de la liguilla entre Garachico, el Norte, Güímar y La Espuela, que ganó Garachico, Florencio Hernández le peleó unos gallos tremendos, que admiraron al propio Toño “el Rebotallo”, cuidador del Norte a la sazón. Una rápida enfermedad lo victimó, perdiendo así la pequeña afición de aquella zona a uno de sus mejores representantes.
Garachico ha tenido tres finos cuidadores, pertenecientes a generaciones sucesivas: Antonio Salud, Carmelo Acosta y Florencio Hernández. Aquí vemos a Salud con Carmelo. Salud era un hombre muy alto, siendo un espectáculo verlo correr los gallos. Como cuidador, en cambio, fue desigual, y era famosa su maleta, siempre preparada para marcharse de la casa de gallos cuando las cosas no le gustaban, lo que hizo algunas veces. Pero sabía de gallos, y en Garachico era incuestionable. Lo recuerdo perfectamente en el convento de San Francisco, donde me lo presentó una vez en las escalinatas de la entrada Antonio “el Crusantero”, quien en seguida se puso a bromear con él, un hombre poco dado a sonreír. Fue un gran aficionado, desde la infancia hasta sus últimos longevos años.
Natural de La Orotava, Manuel Martín Regalado formaba parte de la Peña Ucanca junto a su primo Manuel Luis Regalado y a Modesto Torrens (hijo). No fallaba a ninguna pelea, acompañado muchas veces de su hija Alicia, un encanto, y una verdadera muchacha del campo, de las que ya no hay. Manolo, como le llamábamos, estaba siempre de buen humor, y presto para hacer cualquier favor. Era una de esas personas que nos sorprenden por no tener ninguna doblez. También se lo llevó una enfermedad rápida, cuando solo tenía 63 años.
En esta foto lo vemos a la izquierda. Lugar: un guachinche de Santa Úrsula, con los típicos manteles de hule. Acompañantes, de izquierda a derecha: Pancho Almeida, con quien estar era una fiesta; Manuel Luis, tan polemista como campechano y buen amigo; Alberto Plasencia, el jefe, siempre inteligente y ojo avizor; “Naranjito”, un taxista que se unió un par de temporadas a la claque de esta profesión muy amante de los gallos; Tomás Hernández “Cho Pío”, forofo del Norte que transige menos con las “modernizaciones” que yo mismo; y Tomás Luis, un puntal, el hombre clave del cuerpo de taxistas tinerfeños, siempre sereno al volante o sin él.
Son momentos como los que retrata esta foto los que merecen vivirse, muy lejos de las ambiciones y las mezquindades que envenenan la vida. Y muchos momentos de estos vivimos con nuestro siempre recordado amigo Manuel Martín Regalado.
Ya que estamos hablando de taxistas, aquí tenemos a uno de los verdaderos maestros: Julio Castellano, que era de Güímar aunque su afición iba también para La Espuela. Hombre alto, de voz ronca, que parecía levantar un temporal, pero que en el fondo era todo simpatía. En el “Diccionario” destaco en él que fue también un maestro de amistades, y nombro a Pablo Amador, Emilio de la Cruz y Alfredo Martín, en cuya gallera de El Agujero saqué precisamente esta fotografía, con un gallino que no quería salir en el retrato. Julio Castellano criaba también sus gallos, y su afición la ha continuado su hijo Julio, otro gran amigo, que contribuye mucho a darle ambiente a las peleas con su vozarrón que también no es sino la expresión de un corazón enorme, como el de su padre.
Esta es la única foto que tengo donde aparece Eusebio Mora, a quien yo asocio a Güímar porque allí le vi pelear unos gallos soberbios, sobre todo cuando cuidaba Jorge Benítez, que es uno de los cuidadores a quien mejor partido he visto sacar de los gallos verdaderamente finos. Pero Eusebio Mora tuvo también muchos gallos muy buenos en La Espuela, en cuya gallera se hizo esta foto. Era un hombre serio, reservado, inteligente, buen conversador. Él es el cuarto por la derecha, de pie, y a su lado aparecen por la izquierda, Juan Díaz, Agapito Ramos y los hermanos Anselmo y Luis Sánchez, y por la derecha, Felipe López, Julián Castillo y José Antonio Pulido. Agachados, Né, Eusebio Luzardo, Francisco Martín, Manuel Espejo, Jorge Benítez y, con el gallo, Chicho Morales (no identifico al último). Esto fue cuando una visita a la gallera de Julián, y la foto apareció en las crónicas que en “Jornada” hacía José Antonio, hijo de don Horacio Pulido.
Conozco amantes de la música canaria en la isla de Gran Canaria que consideraban a Dacio Ferrera la mejor voz de la música de las islas. Poco puedo añadir a este reportaje aparecido el 18 de febrero de 2007 en el periódico tinerfeño La Opinión, ya que a Dacio Ferrera no llegué a tratarlo, porque no se dieron las circunstancias. Eso sí, me llamaba mucho la atención ver a una estrella como él no solo asistiendo a las peleas con bastante regularidad, sino incluso participando en el juego de las apuestas. Era una persona conocida y estimada por la afición gallística, y de su gusto por las peleas da cuenta el propio reportaje, que hace caso omiso de la vergüenza que para este Archipiélago ha significado el hecho de que una de sus más bellas y antiguas costumbres haya pasado a ser “mal vista”. El anatema que los políticos de turno hicieron caer sobre nuestros gallos no hizo mella alguna en Dacio Ferrera, hombre de bien, que merece por ello ser siempre recordado entre nosotros. Yo lo seguiré viendo en medio de la afición, levantando su voz de oro para apostar al giro o al colorado, en el Bar Carnaval de Arafo o en el viejo cine de Güímar: Dacio Ferrera, un gallo fino, valiente, de pura sangre canaria.
Esta foto la saqué en la gallera de Güímar cuando cuidaba Joel Bethencourt. A su derecha aparece Gonzalo Alberto, el alma mater del partido, y a su izquierda vemos a Luis Armas, Antonio Jorge (“el Cenizo”) y de nuevo Alberto Plasencia. Luis Armas fue ayudante en Güímar varios años, con diversos galleros. Hombre humilde, murió joven, y lo recordamos aquí porque hay que reconocer la labor de brega que en las casas de gallos han hecho trabajadores modestos como él.
Cerraremos estas evocaciones tinerfeñas con tres grandes cuidadores que me honraron con su amistad: Pablo Amador, Álvaro Tapia y Jorge Benítez.