Hemos iniciado la publicación, en nuestra página, de todas las crónicas gallísticas que don Alfonso Canella publicó, bajo el título de “Pollos y jacas”, en el “Diario de Las Palmas”, entre febrero de 1934 y junio de 1939. Comenzamos con la temporada 1933-1934 y pronto incorporaremos las dos siguientes.
Alfonso Canella firmaba como “Ergot”, espuela en francés, y es que él era profesor de francés en la ciudad de Las Palmas. Nacido en Asturias, se adaptó perfectamente a la idiosincrasia canaria. Su escritura es admirable, llena de humor e inventiva, y sin duda que leer sus crónicas vale más que asistir hoy a muchas peleas en que los casteadores no ven ningún inconveniente en que, sobre la valla, pelee hasta el último tiesto que han criado. Aquí, en cambio, se habla de las mejores temporadas gallísticas que se han dado en Canarias, con Pancho “el Músico” dirigiendo la batuta de Triana, como volvería a hacer a fines de los años 40, cuando, enfrentado a su discípulo Pepe Palmero –tras él, el mayor cuidador canario de todos los tiempos–, repitió las jornadas gloriosas del Cuyás en la década anterior. No olvidemos que el Cuyás tenía una capacidad de 1.500 espectadores, y que era lo habitual, con el Músico, ver la gallera completamente llena.
A quien conoce de veras la historia de los gallos en Canarias le produce risa (o pena) oír decir que en América se ha “adelantado” con respecto a Canarias. En Canarias, con Pancho y Pepe Palmero, y no sólo con ellos (también con Adolfito, con “el Brujo” o con “el Foño”, hasta llegar a los años 80 con Toño “el Rebotallo” o con Adolfo “el Pichón”, pasando por Julián Castillo, Pablo Amador, Domingo “el Boyero” o Domingo Prieto) se llegó a un nivel insuperable. En gallos no existe evolución ni “progreso”. Porque “progreso” no es pelear con espuelas industriales en vez de artesanales o tener una farmacia llena de potingues químicos como los que se anuncian en las revistas suramericanas. Hoy el nivel gallístico en Canarias es muy inferior al de hace cien, cincuenta y hasta veinte años. Claro que eso se debe a múltiples circunstancias, a veces inevitables. De lo que se trata es de intentar frenar esa decadencia en la medida de lo posible, pero eso no se consigue copiando palurdamente lo que se hace fuera de aquí, sino aprendiendo de las lecciones que nos han dado nuestros maestros, los grandes cuidadores, los grandes casteadores, los grandes aficionados.
En 2006 publicamos el libro “Pollos y jacas”, antología de las mejores crónicas del gran don Alfonso Canella. Iniciamos ahora, pues, la reproducción integral de sus escritos gallísticos, un verdadero deleite para quien guste de los gallos y a la vez de la buena, la mejor literatura. Porque si en los años 30 hubo en la ciudad de Las Palmas una buena docena de cronistas periodísticos (y algunos extraordinarios, como Pedro Cárdenes, Luis Cabrera Brito o Fermín Romero Montenegro), ninguno igualó a este cálido y soberbio profesor de la Escuela Mercantil de la ciudad de Las Palmas.