M.P.Corrales
En una visita de dos días a la isla de Gran Canaria, que no pisaba desde hace dos años, no faltaron las tertulias gallísticas. El primer día me reuní en Las Palmas con el gran Alejo Yánez y con Fernando Ojeda, por un lado el patriarca de la afición canaria, 93 años de bonhomía y sabiduría, y por otra un joven de 26 años que es todo entusiasmo por el gallo fino y por la tradición gallística canaria, aparte de ser un activo colaborador de nuestra página. Visitamos la gallera de Antonio Bolaños en la Montaña de Gáldar, encontrándose el cuidador norteño eufórico porque le había sido respondida positivamente su solicitud de celebración de riñas en el espacio que ha preparado en la parte alta de su casa, y que es sin duda el más acogedor de todos los que se dedican a estos eventos. Una llamada a otro cuidador histórico, Marcos Melián, nos lo encontró en un lugar remoto de la isla, y sin automóvil disponible. En cambio vimos después a Quico Pérez, el gran casteador aruquense, con quien almorzamos en las Cuatro Hermanas, junto a la costa, una enorme y fresquísima sama roquera.
El segundo día, el equipo de entrada lo formamos José Carlos García Artiles, siempre generosamente disponible, y el joven cuidador dominicano del partido de Telde Ronni Martínez, persona –a quien no conocía– de un trato exquisito y de extrema simpatía. Tras visitar las instalaciones de García Artiles y Eduardo Fuentes, sombreadas por un bellísimo ficus, nos dirigimos a la gallera de Gáldar, donde nos esperaba Flavio Mendoza, otro joven cuidador, pero de nuestra isla (aunque a la vez nacido en Tegueste… que viene a ser, lo que yo desconocía, un lugar de la zona), que evidencia en toda su conversación la pasión por los gallos finos. Si Ronni hizo este año una gran temporada al lucirse con gallos que le hicieron muchas peleas, Flavio se ha consolidado como un profesional competente, y estimado por su afición, lo que no es muy habitual. En este caso nos dirigimos al Club de Caza de Gáldar, sito en una pequeña montaña, donde comimos opíparemente, sosegadamente y con precios muy populares, redondeando la larga conversación –exclusivamente gallística– con unos buenos puros palmeros.
Estos bellos momentos de la vida nos recuerdan que esta afición se cimenta en el amor por el gallo de combate, pero también en los lazos de amistad que se van creando entre quienes la compartimos. Ya que, aunque la llamamos por hábito “afición”, la gallística es mucho más que eso, correspondiéndole mejor la palabra “pasión”, que de las amarguras y disgustos de la vida nos ayuda tantas veces a resarcirnos.