En
1941 se anunció en la prensa la aparición del libro de Luis Marrero Alas
terreras, pero nunca vería la luz.
El
aruquense Luis Marrero es una personalidad interesantísima. Don Alfonso Canella,
el famoso cronista, lo consideraba “el mejor aficionado (autor gallístico,
sabio cuidador, ganadero y amigo excelente) que puede uno echarse a la cara en
este ruedo de nuestros pecados”. Era una autoridad tanto en gallos como en
lucha canaria, sobre la que sí que llegó a publicar dos libros, muy prestigiosos
entre los conocedores (además, hasta había sido luchador). También escribió una
novela y era poeta y amigo de poetas, ya que está en el cementerio cuando le
hacen un homenaje a Alonso Quesada. Su profesión era la de abogado, y falleció
en 1949.
Recientemente
ha sido exhumada una publicación curiosa, titulada Triana, que debió ser
editada por los comerciantes de esta calle de Las Palmas. Se incluyen en ella
una serie de capítulos del libro de don Luis, pero ahora titulado Alas y
espuelas. Estos capítulos son fascinantes, porque nos retrotraen a momentos
grandiosos en la historia gallística de Las Palmas y además están
maravillosamente escritos: Luis Marrero era un excelente escritor, y tenía la
virtud de saber narrar con todas las de la ley.
Como
la colección de Triana está incompleta, los capítulos exhumados son solo
los 14, 15, 16, 18, 20 y 21. La revista no tenía numeración, por lo que no
sabemos si antes del número 14 se publicaron los anteriores, lo que parece muy
posible (quizás aparecieron en otro sitio, o decidió comenzar in medias res);
tampoco, si se llegó a publicar el número 22, en que se va a hablar del gran
poeta y gallista Domingo Rivero.
Hoy
ofrecemos los capítulos 14, 15 y 16. Relatan una gran jornada –la primera de la temporada– entre
el partido de San José y el de don Francisco Manrique de Lara, con lujo de
detalles y deliciosos apartes costumbristas. Desfilan nombres muy prestigiosos
de la afición grancanaria: don Manuel Morales (hermano del poeta), don José
Juan Mejías (que supongo sería el padre del médico aruquense luego presidente
muchos años del partido joselito), don Sebastián de la Nuez (recién llegado de
Cuba, y nunca se señalará lo suficiente la relación secular que ha habido entre
la afición canaria y la cubana), don Tomás Delgado (presidente de San José
desde su origen en 1862), don Jacinto Bravo (el casteador de los “majoreros”,
que venían de Fuerteventura) , don Cristóbal Quevedo, don Ignacio Cantero, don
Manuel Verdugo, don Cayetano Arocena, don José Mireles, casi todos casteadores
de San José. Salvador y Nicolás Manrique parecen ser hijos de don Francisco, y
don Agustín es sin duda alguna Agustín Alvarado, que es quien cuida San José
esta temporada, con Tomás Delgado como soltador, aunque también llegó a cuidar
la gallera de los Manrique. Nicolás Manrique sería un gran cuidador, siendo su
mayor proeza haberle ganado al Brujo, genial cuidador de La Palma que se había
hecho cargo del partido de San Juan, por seis riñas en cuatro jornadas
extraordinarias el año de 1903.
Es
noticia que la gallera de don Francisco Manrique se encontraba en el Paseo de
San José esquina con el callejón de San Vicente (que es donde hoy acaba o
empieza la calle de San Vicente, en el corazón de este castizo barrio de Las
Palmas).
Las
peleas se celebraron en la gallera de la calle de Santa Bárbara, que fue
sustituida por la primera del Cuyás en 1899, por lo que esta temporada debe
situarse en los años 90 del siglo XIX.
La
lista de gallos peleados este día es imponente. Por el partido de don Francisco
se nombran como temibles gallos que podían subir el domingo a la valla al
Capón, un colorado de pecho cenizo casteado por don Heliodoro Ayala, que ganaba
al primer tiro y que daría una gran descendencia; a los gallinos Melchor,
Gaspar y Baltasar; al gallino negro de Angelino, del que se dice que es tan
bueno como el Capón, pero del que yo no tenía noticia; y al Pecho Ancho (habría
otro famoso gallo del mismo nombre, en la década de los 10). Por San José, entre
otros, al célebre giro pinto Patas Quemadas de don Andrés García, más conocido
por Maestro Andrés, ya que era un habilísimo mampostero, y a uno de los
preciosos giros plateados de Domingo Rivero (quien, por cierto, compartía con
Luis Marrero las aficiones gallísticas y luchísticas). Las dos riñas que
brillaron más fueron las del Capón, que volvió a ganar al primer tiro y don
Francisco Manrique retiró para casteo, la del Patas Quemadas, que tumbo a
Melchor dejando inconsolables a Gaspar y Baltasar, y la del gallino negro del
procurador don José Bethencourt, aficionado de quien yo no tenía tampoco
noticia y que es retratado con mucha simpatía.
De
los gallos “tigres” que pelearían años después, dice Pedro Cárdenes en Peleas
de gallos que venían de un hermano del Bobo de don Francisco Manrique,
mientras que Luis Marrero afirma aquí que descendían del Capón. Esto debe ser
lo cierto, ya que Marrero escribe más cerca de unos acontecimientos que además
había vivido.
Sin
duda la figura que sale engrandecida de todos los capítulos conservados de Alas
y espuelas es la de don Francisco Manrique, retratado como espejo de
caballeros, gran aficionado, gran casteador y gran soltador. Y sobre todo un
hombre sabio en gallos. Hay en estas pocas páginas apuntes valiosísimos sobre
el tan peculiar arte de los gallos en Canarias. Véase por ejemplo todo lo
referente a las casadas, en una época anterior a que se publicaran
anticipadamente las listas de gallos. Y en el capítulo más literario, resta
como inolvidable para los anales de la capital grancanaria la descripción del
barrio piscatorio de San Cristóbal.
Seguiremos
próximamente con los capítulos restantes.