Esta fue una jornada de peleas absolutamente extraordinaria, en coincidencia con la celebración del Corpus en el Valle de La Orotava.
Se enfrentaban en el Puerto de la
Cruz los dos campeones de la provincia de Tenerife: Pablo Amador (Norte) y Añón
León (Tazacorte). Pablo le había ganado tanto a San Cristóbal como a La
Espuela, mientras que Añón, con su hermano Maso, había derrotado a Los Llanos,
donde cuidaba “Piquito”.
Estas peleas las recuerda
perfectamente Totoño, por lo soberbias que fueron. También las debe recordar
Felipe Reyes, ya que encabeza la tanda norteña uno de los primeros gallos que
se pelearon a su nombre como casteador, cuando aún era un muchacho.
Se congregó numerosísimo público,
atraído por la fama de los gallos de Tazacorte y por la espectacular tanda del
Norte, cuyos gallos sumaban 9 peleas (en esta temporada, ya que un par de ellos
tenían más, de otros años). Por suerte, hay una crónica de “Pica y Bate” en La Tarde que nos permite reconstruir la
jornada.
Gana la primera Tazacorte, que de
entrada desequilibra al gallo del Norte. Al pelear el gallino de los Hermanos
Acosta Gómez muy atravesado, hiere poco y tarda algo en anotarse el triunfo.
En la segunda empata el Norte en
muy buena pelea. Desde que los sueltan, se tiran como los gallos buenos,
resultando muy malherido con una vena baja el giro. El melado pelea muy bien y
tira a dar con las espuelas como los gallos buenos, y acaba rematando. Finos
gallos, tanto el giro de Braulio Acosta como el melado de Domingo Hernández
Luis, uno de los grandes casteadores del Norte y, como es sabido, padre de
Argeo Hernández, que luego se consagraría en Gran Canaria. El melado se hacía
con su tercera victoria.
Se adelanta de nuevo Tazacorte en
la tercera. Venía mejor este colorado de dos peleas, un gallo nervioso,
revoleador y pronto de pico. Domina al giro de Pepe Borges Acevedo, pero el
colorado domina siempre, es heridor y no desaprovecha un tiro sin dar con las
espuelas. El giro mostró mucha casta.
3-1 para Tazacorte, con el gallo
que más dio con las espuelas. Ambos son palmeros, y no se olvide que los
fabulosos “cabras” de Luis Machado vienen de un gallo de Mateo Cedrés, aunque
no peleado en el Norte sino en la Nueva algunos años después. Herido el naranjo
de entrada, ya el giro no lo perdona, tirando con pulso y puntería.
En la siguiente, ocurre lo
contrario. Ya en los revuelos es cogido en un ojo el melado palmero. Pierde el
equilibrio y lo aprovecha el melado tinerfeño, que tira mucho a dar con las
espuelas y se lo quita sin tardanza de delante.
Empata el Norte, y la bolsa lo
pone todo al rojo vivo. Segundo gallo de Domingo Hernández Luis con dos riñas,
y segundo que gana su tercera. Es un gallo peleador, pronto de pico, brioso y
muy heridor. Va colocando a su gusto al melado y, cuando lo enfarola, lo deja
dando vueltas de campana.
Pero lo grande aún estaba por
llegar. Esta fue la mejor pelea de la temporada en la isla de Tenerife. Aquí
cedemos por completo la palabra a “Pica y Bate”, añadiendo que el giro de Melchor Acosta era conocido como "el Chicho":
“Había mucho nervio entre los simpatizantes
de ambos partidos, y en la valla, por el Norte, un gallo de primerísima
calidad, de esos que se ven de año en año: el giro de 5 riñas de nuestro
«silencioso» amigo don Melchor Acosta, de Garachico. Por Tazacorte, un colorado
nuevo del conocido casteador don Lope Acosta. Desde que los sueltan hay nervio
en ambos animales. Tiran como los grandes gallos. Luego el giro resulta tuerto
y el colorado muy malherido. La pelea es un continuo forcejeo de dos buenos
gallos. El público está tan emocionado que ante la idea de que de aquella riña
dependía el vencedor y ante lo nivelado de la pelea, comienza a dar gritos
pidiendo que den tabla. Los nervios invaden el ambiente. Aquellas dos fieras se
siguen tirando para quitarse delante, y los soltadores, ante la aprobación del
público, se deciden por la tabla, decisión que fue rubricada con una enorme
salva de aplausos. Fue sin duda alguna el broche más deportivo que podía poner
final a una contienda de dos gallos de calidad”.
Había un espectador que se
acordaría de grandes jornadas gallísticas protagonizadas por él: Francisco
Dorta. Lo invitaron a subir a la valla, como dice Pica y Bate, “para que
también fuera objeto de aquel derroche de entusiasmo y deportividad”.
Una jornada excepcional, pues, y
que concluyó con el más merecido resultado: 3-3 y una tabla.