Noble e incansable es la labor que Manuel Urbano lleva a cabo en el mundo gallístico venezolano. Con un sentido ético que cada vez es más raro en la vida actual, lo vemos presente en todas las defensas de nuestra afición, sea contra los avances prohibicionistas que ya han llegado a la propia Venezuela, sea en la divulgación de un reglamento nacional que solo ventajas puede traer, sea en la llamada de atención firme ante la degradación en el ambiente de las peleas, sea con esta entusiasta revista que llega ahora a su número 3 y que generosamente nos envía, junto al bello Calendario Lunar 2012.
Con muchas fotos a todo color y gran calidad de impresión, este número 3, como los dos anteriores, lleva el póster de un gallo, en este caso un apuesto navajero peruano del casteador Luis García.
La mayor parte de los trabajos refieren visitas a distintas casas de gallos, como decimos en Canarias. Así, siempre ilustrado con fotos de los aficionados, en las que nunca falta la presencia femenina, van desfilando el Club Gallístico Mi Alegría de Guarenas, la Partida Dominical Club Las Cañadas de la carretera vía Guigue (Carabobo), la Cuerda El Pagüey de Guacara (Carabobo), la Partida Club Santa Clara de Barinitas (Edo), la Partida La Espumosa de El Rincón de Puerto La Cruz, la Partida Club Deportivo de Guayabal y la Partida de Arenales (Carora). En esta última nos llamó la atención el comentario sobre el gallo zambo “el Torero”, de la cuerda La Bellota, que contaba con 11 triunfos en fila india y que “no sirvió ni para torear un chivo” cuando se enfrentó a un pollón peleado de la cuerda La Ceiba. Siempre ha habido gallos “toreros”, y en Canarias no son pocos los que adquirieron una fama que ha traspasado el tiempo, en particular el “Mazantini”, el “Joselito” y sobre todos el “Torero” de don Roque Montesdeoca. Este último (originario de Tazacorte) solo ganó tres peleas, en 1934, aunque ante Pancho “el Músico”, lo que equivalía a decir que era como si hubiera ganado seis. Pero fueron esas tres riñas tan extraordinarias, que un aficionado como don José Araña, con más de medio siglo viendo combates de gallos, decía al final de su vida que nunca vio un gallo como ese: “Tres peleas nada más, perfectas, fantásticas. Era el Manolete de los gallos”.
Mención aparte hemos de dar al breve reportaje sobre los gallos en la isla de Sint Maarten, o sea en la parte sur u holandesa de la isla de San Martín. O sea que a lo que dijimos en su día sobre la isla de La Reunión, en tanto nombre a sumar a los lugares de la Unión Europea con peleas de gallos hemos de sumar el de esta otra isla, suponiendo por lo demás que haya también peleas en la parte norte de la isla, asociada a Francia. Por suerte, el mundo es muy grande para las ambiciones totalitarias de los enemigos de los gallos y de la esencial diversidad humana.
Muy interesante es el trabajo de Manuel Urbano sobre los reglamentos gallísticos. Es una pena se le haya olvidado citar los reglamentos canarios. El primero de América tiene fecha de 1828, en Venezuela, pero el primero de Canarias es de 1811, aunque curiosamente firmado por canarios en Cuba, concretamente en Matanzas, tal era la conexión entre Canarias y Cuba. El segundo se firmó en Santa Cruz de La Palma en 1872. Sobre todo esto hay información detallada en nuestro Diccionario gallístico de Canarias, en la entrada de Reglamentos. El original de 1811 lo posee en La Laguna de Tenerife don Eduardo Pérez de Ascanio, uno de los grandes aficionados del Archipiélago, que nos lo facilitó en su momento oportuno.
Otros artículos de este número versan sobre los viejos tiempos, que evoca Manuel E. Solórzano Calderón (los años 60 están considerados la edad dorada de la gallística venezolana); sobre los “analistas” de las peleas, por Pedro Vargas Rodríguez; sobre los problemas del amoniaco que producen los desechos de los gallos en los criaderos, por Carlos Cogorno Ventura. En el terreno utilitario, es muy iluminadora la entrevista con el veterano veterinario, especialista en gallos finos, Kiky Graziani, mientras que Ángel B. Montiel M. nos da un retrato personal del espectáculo de los gallos, que son “mucho más que pico y espuela”.
En suma, otro buen número de “El gallo de cría”, que nos trae noticias siempre bienvenidas de un país tan querido por los canarios, sobre, como dice Manuel Urbano, “estos nobles emplumados que fueron creados para registrar ciertos valores de los cuales carecemos”. Despidámonos con esta antología fotográfica del Calendario Lunar, de la que nos quedamos con ganas de saber algo más de ese gallardo “El Negro Antonio”.
Con muchas fotos a todo color y gran calidad de impresión, este número 3, como los dos anteriores, lleva el póster de un gallo, en este caso un apuesto navajero peruano del casteador Luis García.
La mayor parte de los trabajos refieren visitas a distintas casas de gallos, como decimos en Canarias. Así, siempre ilustrado con fotos de los aficionados, en las que nunca falta la presencia femenina, van desfilando el Club Gallístico Mi Alegría de Guarenas, la Partida Dominical Club Las Cañadas de la carretera vía Guigue (Carabobo), la Cuerda El Pagüey de Guacara (Carabobo), la Partida Club Santa Clara de Barinitas (Edo), la Partida La Espumosa de El Rincón de Puerto La Cruz, la Partida Club Deportivo de Guayabal y la Partida de Arenales (Carora). En esta última nos llamó la atención el comentario sobre el gallo zambo “el Torero”, de la cuerda La Bellota, que contaba con 11 triunfos en fila india y que “no sirvió ni para torear un chivo” cuando se enfrentó a un pollón peleado de la cuerda La Ceiba. Siempre ha habido gallos “toreros”, y en Canarias no son pocos los que adquirieron una fama que ha traspasado el tiempo, en particular el “Mazantini”, el “Joselito” y sobre todos el “Torero” de don Roque Montesdeoca. Este último (originario de Tazacorte) solo ganó tres peleas, en 1934, aunque ante Pancho “el Músico”, lo que equivalía a decir que era como si hubiera ganado seis. Pero fueron esas tres riñas tan extraordinarias, que un aficionado como don José Araña, con más de medio siglo viendo combates de gallos, decía al final de su vida que nunca vio un gallo como ese: “Tres peleas nada más, perfectas, fantásticas. Era el Manolete de los gallos”.
Mención aparte hemos de dar al breve reportaje sobre los gallos en la isla de Sint Maarten, o sea en la parte sur u holandesa de la isla de San Martín. O sea que a lo que dijimos en su día sobre la isla de La Reunión, en tanto nombre a sumar a los lugares de la Unión Europea con peleas de gallos hemos de sumar el de esta otra isla, suponiendo por lo demás que haya también peleas en la parte norte de la isla, asociada a Francia. Por suerte, el mundo es muy grande para las ambiciones totalitarias de los enemigos de los gallos y de la esencial diversidad humana.
Muy interesante es el trabajo de Manuel Urbano sobre los reglamentos gallísticos. Es una pena se le haya olvidado citar los reglamentos canarios. El primero de América tiene fecha de 1828, en Venezuela, pero el primero de Canarias es de 1811, aunque curiosamente firmado por canarios en Cuba, concretamente en Matanzas, tal era la conexión entre Canarias y Cuba. El segundo se firmó en Santa Cruz de La Palma en 1872. Sobre todo esto hay información detallada en nuestro Diccionario gallístico de Canarias, en la entrada de Reglamentos. El original de 1811 lo posee en La Laguna de Tenerife don Eduardo Pérez de Ascanio, uno de los grandes aficionados del Archipiélago, que nos lo facilitó en su momento oportuno.
Otros artículos de este número versan sobre los viejos tiempos, que evoca Manuel E. Solórzano Calderón (los años 60 están considerados la edad dorada de la gallística venezolana); sobre los “analistas” de las peleas, por Pedro Vargas Rodríguez; sobre los problemas del amoniaco que producen los desechos de los gallos en los criaderos, por Carlos Cogorno Ventura. En el terreno utilitario, es muy iluminadora la entrevista con el veterano veterinario, especialista en gallos finos, Kiky Graziani, mientras que Ángel B. Montiel M. nos da un retrato personal del espectáculo de los gallos, que son “mucho más que pico y espuela”.
En suma, otro buen número de “El gallo de cría”, que nos trae noticias siempre bienvenidas de un país tan querido por los canarios, sobre, como dice Manuel Urbano, “estos nobles emplumados que fueron creados para registrar ciertos valores de los cuales carecemos”. Despidámonos con esta antología fotográfica del Calendario Lunar, de la que nos quedamos con ganas de saber algo más de ese gallardo “El Negro Antonio”.