miércoles, 4 de enero de 2012

Espíritu de partido


Colaboración
“La desaparición de don Fortunato Cueva dio lugar a que el grupo llamado Los Niños se dividiera en dos bandos. A uno de ellos se le dio el nombre de San José (1863) y al otro el de San Agustín, por estar las casas de gallos en los respectivos barrios de la ciudad de Las Palmas” (Pedro Cárdenes, “Peleas de gallos”).
En una carta del año 1865, un sobrino le relataba a su tío la fórmula de la agricultura en Canarias (años de la cochinilla), y al final le escribía:
“No me alargo más hoy, porque voy a ver los gallos que han de reñir el domingo. Estamos ahora con las peleas de partido. Siempre hemos de estar metidos en partidos. Mucho me temo que la gente que acudirá a la gallera no tenga donde colocarse, pero aseguro que si sucede lo del domingo pasado, que se agrupan a la valla y no me dejan ver ni tanto así, echo a la calle a todo el mundo y quedo solo a mis anchas, ya que mandaré enumerar todos los asientos y no permitiré que despachen más entradas que puestos haya. Me gusta imitar a los grandes hombres en el mando, pero no a los que tiran los voladores en la calle antes de empezar las riñas. Es preciso que sean más inteligentes, o que la autoridad los ponga en el sitio que merecen, por torpes y brutos. El pasado domingo pudo haber una desgracia en la plaza de las Gradas por consentir que semejantes bárbaros disparen los voladores.”
Como vemos, ya a mitad del siglo XIX las peleas de gallos comienzan a ser públicas y dejan de celebrarse en los patios de las casas canarias, para celebrarse en recintos llamados galleras. Poco después comienza el gran boom de los gallos, surgiendo los partidos de Triana, Vegueta, San Nicolás, San Bernardo, Fuera la Portada, San Juan, amén de los que nacieron fuera de la capital, como Telde, Los Llanos de Telde, Guía, Gáldar, Arucas, Cardones, Teror, etc. Cada uno con sus respectivos galleros y casteadores.
Todos salían a ganar, y daba igual si con los gallos de fulanito o con los gallos de menganito. Nadie se avinagraba porque el gallero no le peleara sus gallos, todo lo contrario, pedían referencias a los galleros para conseguir buenas castas. A nadie se le ocurre que en un derby futbolero, siendo del equipo ganador, un forofo se amargue porque su jugador favorito no marcó y sí marcó su compañero de vestuario. Ese es el espíritu del partido: salir a ganar, da igual con qué gallos, pero se sale a ganar. Lo mismo ocurre con otras disciplinas deportivas, e incluso en la política.
Parece lógico, pero en gallos ya no lo es. “Mientras peleen mis gallos, lo demás me da igual”. El individualismo reina en los casteadores de hoy día, el individualismo nos lleva al aislamiento y el aislamiento a nuestra propia destrucción. Los galleros y casteadores tenían un prestigio. El ridículo lo hacían en las casas de gallos, porque a los primeros les daba pavor que un gallo pisase la valla sin estar en condiciones, y a los segundos que se les huyera el gallo que habían casteado. Pero lo peor no es esto, lo peor es sentirse orgulloso de hacer el rídiculo, como he podido vislumbrar en los famosos torneos actuales.
Hoy proliferan los torneos, las galleras privadas, espuelas plásticas, galleras sin galleros, mil pociones mágicas de origen latino y un largo etc. ¿De verdad estamos conservando una tradición centenaria?

Ilustración: André Masson, “Los gallos”, 1935.