lunes, 3 de octubre de 2011

Alejo Yánez habla para nuestra página



Es para nosotros una alegría y un orgullo presentar esta semana las palabras que el gran Alejo Yánez, decano de nuestra afición, ha grabado para nosotros. Ojalá otros aficionados siguieran su ejemplo y nos hicieran llegar sus memorias y sus impresiones gallísticas como él ha hecho. No vamos aquí a presentar a Alejo, ya que de él hemos hablado en otras ocasiones con amplitud. Alejo estuvo en las casas de gallos de Gran Canaria y Lanzarote durante los años 30, 40 y 50, pero además mantuvo la afición toda su vida. Maestro de amistad, las amistades que ha hecho son incontables, y aquí solo alude a unas pocas. Faltan sin duda cosas, pero él nos ha puesto lo que en el momento le parecía lo principal. Así, no nos cuenta cómo el Boyero quiso llevárselo a Tenerife, ni la gran amistad que lo unió a Manuel Rodríguez Acevedo y a su familia. Tampoco, la vez que lo hicieron asistir a un fusilamiento, ni el momento en que, al relevar en las trincheras del Ebro, un 1 de enero, a un compañero, al par de segundos una bala le atravesó a este la cabeza. Vivencias amargas a veces, felices otras, pero que llenan una vida muy rica. Centrándose aquí en los gallos, Alejo, que también nos grabó en la misma cinta su voz a la guitarra, nos ofrece el testimonio entrañable de una personalidad gallística irrepetible. Como él, no habrá otro igual.

Me llamo Alejo Yánez Ramírez, nacido en Teror el 12 de mayo de 1917.
De pequeño me dio el tifus, epidemia de la que por entonces morían dos y tres personas en la misma casa. Como mi padre tocaba la guitarra, para verme contento me compró una pequeñilla, diciéndome que era para que fuera aprendiendo a tocarla.
Mi padre era el encargado del Convento de las Dominicas en Teror. La Madre Margarita, madre superiora del convento, le dijo a mi padre: “Maestro, qué bien canta su hijo”. “Sí, le gusta, y además le estoy enseñando a tocar la guitarra”. Y ella: “Muchacho, ven acá, si tú quieres aprender, yo te pongo una profesora”. Y así aprendí música y también a leer.
A los 16 años me metí en la Banda de Música de Teror. Un tal Tomás, a quien le gustaba la música, formó un pequeño grupo, hasta reunir unos 21. Esto era en El Álamo.
Ya entonces yo estaba en los gallos. Había en Teror dos casas de gallos, la de El Bloque y la de El Pino, donde estaba Domingo el Boyero con maestro Nemesio. Yo estaba en El Bloque. Cuando tenía 17 años, apareció en busca mía don Simón Doreste Estruch, director del Banco Hispanoamericano de Las Palmas. Le dijo a mi padre: “Maestro, vengo en busca de Alejo, ya que dicen que le gustan mucho los gallos”. “Sí, él ha estado en la casa de gallos de El Bloque”. “Me lo voy a llevar para Las Palmas”. “¿Cómo se lo va a llevar para Las Palmas? ¿Dónde va este muchacho?”. Porque para él éramos todavía niños. Don Simón le preguntó si yo no tenía a nadie en Las Palmas, y mi padre le dijo que dos hermanas. “Pues se queda con ellas, o si no en la casa de gallos”. “Como quiera él”, dijo mi padre, y yo le dije que, si me dejaba ir, iba.
Don Simón Doreste me llevó a la casa de gallos de San José y me presentó al preparador, que era Pepe el Picador. Por cierto que me fue muy bien con él. Lo que me enseñó mucho se lo agradezco, y además fue muy bueno conmigo, un amigo de los grandes. Pasé muchos años con él, primero en San José y luego en Triana. Yo en la casa de gallos era el de atrás, y los que estaban conmigo en la parte de atrás fueron después ayudantes míos cuando yo me hice cuidador. Hablo de Frasquito (que estaría dos años conmigo), de Pepe Suárez, de Rafael Bobería.
El 26 de julio de 1936, a las dos de la mañana, tocaron a la puerta de mi casa una pareja de guardias civiles y le preguntaron a mi padre por mí. Me dijeron que tenía que acompañarlos, y mi padre, con aquel sentimiento, les dijo si podía ir con nosotros. Le dijeron que no. Frente del Royal, en el Puente del Pino, había una furgoneta con dos detenidos. Estaban el teniente de la guardia civil y el guardia de quiebramontes. El teniente le dijo al guardia: “Pregúntale si no fueron él y Guillermo Ascanio quienes repartieron los programas que decían «Arriba, pueblo, que nos quitan el agua»”. Yo no sabía lo que era, y así se lo dije, porque yo no había repartido programas ni nada. Me manda subir al furgón y me llevan al colegio Don José Pérez, donde tenían unos palos y unas porras que metían miedo, pero a mí no me hicieron nada. El teniente vino luego a las once de la mañana y me dijo: “Te has escapado por lo que te dije, porque si no estarías donde los otros dos”. Quería decir que los echaron a la Sima Jinámar.
En 1944 llevé a Lanzarote al Cotorro, que tenía once meses. Lo atusé el sábado y lo peleé el domingo. El lunes fui a curarlo a casa de don Andrés Fajardo, uno de los casteadores más grandes que ha tenido Lanzarote. Don Rafael Ramírez Bazo, que era profesor de instituto, me dijo: “El gallo está muy mal, ¿se morirá?”. Le respondí que no, que le echara plátanos y que lo curara con lo que yo le había indicado, que podía estar tranquilo. Eso era a la una de la tarde y el barco en que yo volvía a Las Palmas salió a las 4 de la tarde. Pues bien: cuando llegué a mi casa, me llamó don Andrés Cabrera Velázquez, que era juez, y presidente del partido Sur, para decirme que, cuando salió el barco, murió don Rafael Ramírez Bazo. El Cotorro hizo once riñas, y cuando murió le hicieron un entierro como si fuera una persona.
Hace unas semanas me preguntaba el amigo Miguel por la temporada que hice en Lanzarote el año 1952. Yo cuidaba en el partido Sur contra Juan Jorge en el Norte. En Las Palmas, Leandro Perdomo Fajardo, que era periodista de Lanzarote, me entrevistó, y la entrevista apareció en el periódico. Cuando llegué allá, don Andrés Cabrera Velázquez me dice: “Prepárese, Alejo”. “¿Por qué, don Andrés?”. “Porque usted dijo en las crónicas de Las Palmas que iba a pegarle una paliza a Juan Jorge. Y él tiene el periódico preparado para sacarlo el último domingo de peleas”. Le digo: “Don Andrés, no crea que yo puedo decir una cosa de esas. Que vengo a ver si puedo ganar, sí, pero que yo le voy a ganar, no, porque eso no se puede decir, no se sabe. Yo no soy capaz de decirlo”. Me enseñó el periódico, y eso es lo que decía. Ese año fue uno de los de mejores peleas que se hicieron allí en Lanzarote, y salí triunfador. Cuando acabó la temporada, me dijo don Andrés: “Oiga, Alejo, se ha salvado por la campaña que ha hecho, porque si no Juan tenía el periódico preparado para sacarlo”. Y le volví a decir que yo aquello no lo había dicho.
En la última jornada de aquel año pelearon y ganaron dos pollos, que no tenían el año. Uno era de don Abelardo Fernández, el practicante, casteado por don Andrés Cabrera Velázquez, y el otro de don Tito Borges, sacado por don Ramón Rodríguez. Este hizo cuatro peleas en tres domingos. Los pollos hay que saberlos pelear. Hoy les dan leña como si fuera un gallo grande, y los pollos son niños. A mí me gusta más un pollo que tenga salud, que vaya bien, que un gallo, porque va con más brío y es mejor. Yo he ido a las pechas de hoy, invitado, y me he echado fuera del coraje que me da en ver pechar los gallos. Les dan leña que los dejan negros, y después, en vez de darles sopa como hacíamos nosotros (pan de remojo y leche), les ponen millo, cuando esos gallos tienen fiebre de los golpes que les dan. Al acabar las pechas, les echan millo. ¡A quién se le ocurre!
Otra cosa es el correr los gallos. No se le puede dar una carrera a un pollo como a un gallo, porque los huesos están más blandos. Al pollo hay que darle cuando más y mucho cinco o seis minutos, pero no les den más, porque ya con la fuerza y el brío con que viene del campo tiene, y esos son los que hacen las peleas. Hoy da hasta pena ver todo esto. Les dejan el agua delante todo el día y las latas se las quitan por la noche. Cuando nosotros cuidábamos, ningún cuidador hacía eso. Eso viene de viejo. El gallo cuando da la vuelta, ya no quiere más agua, porque si no se llena el buche y la larga por el pico.
Hoy corren los gallos con la cabeza en alto, y después si un gallo queda tuerto se queda picando en el aire, y si queda ciego ese es que ya no hace nada. En aquel entonces, un gallo ciego o tuerto cogía y, como estaba bien corrido, picaba en el suelo y se podía levantar. Hoy no, para no agacharse mucho pasándosele por delante, el gallo sigue con la cabeza levantada. El gallo tiene que correr y sacarlo fuera, y cuando viene que venga a picar el suelo. Entonces el gallo, cuando esté ciego o tuerto, donde pica, porque está acostumbrado, es al suelo. Esa es la voluntad del gallo.
A mí no me da vergüenza decir que yo aprendí de una carta que Pancho le mandó a don Manuel Hernández Garavote. Don Manuel le escribió a Pancho que mis gallos estaban muy bien corridos, muy bien trabajados, pero que no me picaban. Pancho le dijo que yo cogiera de afuera una tanda y que le diera una pecha a esos gallos, pero fuerte, y que después les pusiera sopita. Al otro día, media ración de millo. Y que después los peleara a los 15 ó 22 días, y mucho paseo. El gallo lo que quiere es muchas salidas, tenerlos paseando en la jaula, sacando en la platanera, que lo llamen con el cachiporro para que venga, y siempre con voluntad, no quietos los gallos. Nosotros trabajábamos eso desde que se hacía de día hasta la misma noche. Llegábamos un domingo de pelear y en seguida a sacar los gallos del salón para afuera. Un día los corríamos y al otro en el revolcadero, los poníamos al solito un día y a lavarlos. Día por día. Luego un par de días de descanso, y pecha general. El gallo lo que quiere es alegría. Nada de tenerlos en el salón cerrados. Todo esto lo aprendí yo de Pancho el Músico, y por eso pude ganarle a él, con las mismas armas suyas.
Cuando yo conocí a Miguel en uno de los campeonatos de Lanzarote, nos pusimos a hablar de gallos, y me preguntó: “¿Usted le ganó a Pancho?”. “Sí: a Las Palmas llevó Julián una tanda y gané por 5-2, y allá lo hice por 4-1. Eso fue lo que pasó”. Cuando fui a pelear con él a Tenerife, don Manuel Hernández Garavote me dio un regalo para que se lo entregara. Pancho lo llamó después para agradecérselo, y le dijo: “Pelearon los gallos suyos. Tan bien como ese muchacho no hay quien los prepare”. También llevé una tanda buena: dos gallos de don Rafael Guerra Medina que entre ellos sumaron unas ocho peleas; uno de don Nicolás Díaz de Aguilar que tenía tres e hizo una gran pelea; un gallino de Manuel de Tamaraceite; otro de don Pedro Morales; otro de don Pedro Quintana... Me salió muy bien.
Los aficionados del partido de San José se reunían todas las tardes en la farmacia de don Manuel Araña. Allí aparecían Melito Suárez, don Ramón Rodríguez, don Agustín Díaz, don Nicolás Díaz, don José Araña y muchos más. Un día, don Agustín Díaz dijo: “Yo sería capaz de pagarle una temporada a Alejo para que se fuera con Pancho, porque sería un buen cuidador”. Eso me lo contó don Ramón Rodríguez. Pancho era el número uno, aunque también había otros buenos cuidadores, como Domingo el Boyero, Pepe el Picador, Pepe Palmero o Juan Lucas.
Pancho peleó al Barbero de Teror en 1938 con un degüello, y soltando sangre por el pico, y corriendo, corriendo. Se vira entonces para atrás y mata al otro. Aquello fue un escándalo. Ese gallo se lo vendió a Juan Díaz, que era el panadero de frente al Cuyás, el barbero Juan Santos, de Teror.
En aquellos tiempos se llenaba el Cuyás, y se ponía en la puerta una pareja de la policía armada para que no entrara más gente. La ponía don Alonso Castro, que era de Tenerife, pero comisario en Las Palmas. Un gran aficionado, y muy buena persona, el Señor lo tenga en la gloria. Era impresionante ver a toda aquella gente con aquellos sombreros, el gentío que había a la salida y a la entrada.
Es bonito recordar a los grandes aficionados, porque ya no se habla de ellos. Don Francisco Aguilar, de Tamaraceite; don Juan Suárez, del Molino; don Antonio Falcón, capitán de ingenieros. Llevaban 20, 25, 30 gallos a San José, y fueron ello quienes levantaron los gallos en Las Palmas. Cada vez que llegaba don Antonio Falcón a la casa de gallos, me decía: “Alejo, eche los gallos fuera, no los tenga ahí dentro, que no hay corriente ni frío”. Creo que acertaba. Los gallos hay que estarlos moviendo, porque si uno se mueve no hay frío. No es eso de tenerlos con las puertas cerradas, que si hace frío, que si tal y cual. Hay que trabajarlos mucho. Tener las correderas para poner los dos gallos que se han pechado y seguir luego con la siguiente pareja. Desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde no parábamos los cinco empleados que tenía la casa de gallos de San José. Dos en la valla y tres atrás.
Otros casteadores grandes que tenía San José eran don José Villegas, don Ezequiel Betancor, don José Hernández López, don Ramón Rodríguez, don Simón Doreste, don Fernando Falcón, Melito Suárez, don Pablo León Espino. Por la gallera pasaba todo el mundo. Hasta García Escámez, el capitán general, iba a comer allí. Los sábados a la noche se reunían muchos aficionados a hacerle guardia a los gallos. Se cocinaban un par de gallos, se jugaba a la baraja, se hablaba de nuestra afición.
No me olvido de don José Juan Mejías. Procedía de Arucas y era dueño de la clínica Santa Catalina. Un caballero. Fue presidente de San José, como don Pablo León Espino de Triana.
Trianeros eran también don Manuel Álvarez Peña, don José Cuyás, don Rafael Guerra Medina, don Martín Castillo. Don José Cuyás estuvo primero en San José. Le dije que si quería sacar gallos y me dijo que cómo iba a empezar tan tarde. Yo lo animé, cogí un dos peleas muy bueno de don Manuel Álvarez Peña, que había salido muy malherido, y una gallina, y de ahí salieron los mataporojo, grandes gallos de muchas peleas. Don Manuel Álvarez Peña era de Telde, fue alcalde. Pancho le peleó una docena de gallos y luego yo once, que casi todos ganaron. Don Rafael Guerra era el soltador de Triana, muy buen aficionado, como pocos.
Quiero nombrar también a don José Navarro, de Telde, que murió con 96 años. Iba a todas las islas, y no dejaba un domingo de ir a los gallos. Un melado pinto que yo le peleé hizo cinco riñas. También quiero nombrar a un pobre: Manuel Mananá, muy célebre en Las Palmas. Tenía muchos gallos en Molino de Viento, y tuvo uno de cuatro riñas. Me dijo don Pedro García Arocena: “Alejo, no lo pelee, que Manuel me lo da para sacar”. “Mañana mismo se lo lleva usted”, le dije. Yo era amigo de dar lo que me pidieran, porque lo que yo quería era que sacaran gallos. Hoy, en cambio, hasta que no termina la temporada no se llevan un gallo.
Un gran amigo de los gallos fue para mí don Fernando Bello, el médico, que era como el otro que dice dueño de medio Sur. Le peleé un gallo muy bueno. Tres días antes de morir jugábamos al dómino.
Hoy está Pepín el Cubano, que todos los años saca unos pocos gallos, pero que sobresalen. Este año fue campeón de Gáldar, con tres gallos que le ganaron en unos seis minutos. Gran aficionado. Pepín escribe de gallos, como Leandro Perdomo, que ya lo nombré, Martín Díaz, que según las peleas proclamaba coroneles y generales, don Fermín Romero Montenegro, don Pedro Cárdenes. Hoy empieza Fernando Ojeda, que es otro buen aficionado, le gustan mucho los gallos y es un muchacho joven.
Esta cinta la he hecho para el amigo Miguel sin papeles delante, solo con la cabeza que Dios me ha dado. Los médicos me han dicho que cuando me muera les deje la cabeza y las manos. Mi cabeza, y ya voy para los 95 años, está perfecta, de todo me acuerdo. Y con las manos he tocado la guitarra, cantando, para el amigo Miguel. Mucho más tengo para contar, pero quede con lo que he puesto aquí.